Con 13 años, Ángel asegura que los insultos y la discriminación son algo habitual en el patio del colegio
SANDRA FAGINAS. LA VOZ DE GALICIA.- Ángel tiene 13 años y es de origen africano. Hace dos que llegó con su familia a Galicia porque sus padres creyeron que él y su hermana tendrían garantizada aquí una vida mejor. Están instalados en un pueblo de A Coruña y su rutina es como la de cualquier niño de su edad: va al colegio, juega al fútbol y no se separa del móvil si tiene ocasión. En apariencia Ángel está contento, pero sentado en su sofá, sus ojos miran hacia abajo cuando empieza a hablar de la discriminación que está sufriendo por su raza. «En el colegio, un día se me escapó una pelota jugando al fútbol en el patio y cuando fui a cogerla una niña me gritó asustada: “¡Ay, me ha tocado un niño negro, qué horror!”», cuenta, mientras su madre asiente impotente a su dolor. Ese día él intentó aclarar con su tutora lo sucedido, se acercó para decirle quién lo había rechazado sin que su queja tuviera ninguna repercusión.
«Cuando llegó a casa decidimos ir a hablar con la profesora porque él sabía quién había sido, pero la reacción de la profesora fue decirle que pasara, que eran cosas de niños. A nosotros nos sucedió exactamente igual: cogimos una cita para pedirles explicaciones en el colegio y nos encontramos con la misma respuesta: “Son niños, no saben lo que dicen”». Desde ese día no han cambiado muchas cosas para Ángel, ese rechazo no fue un hecho puntual y él se ha ido acostumbrando a oír cada dos por tres la palabra negro como un insulto. «Sí, me han llamado puto negro de mierda -añade-, es algo habitual que escucho, sobre todo si estamos jugando al fútbol y de repente nos picamos por algo». ¿Te peleas cuando te lo dicen? «Me da mucha rabia, pero solo me enfrento cuando insultan a mi madre», indica. «Otras veces me sueltan que tengo la nariz aplastada y estoy cansado de que cuando paso por el pasillo del autobús algunos niños se separen, ni me tocan. Noto que ellos se sientan delante o detrás de mí y me señalan: “Mira, está Ángel ahí”. No se ponen a mi lado».
«Tiene que defenderse»
Su madre, Luz, insiste en que, desde que empezaron a notar esta discriminación, ella y su marido han intentado que sus hijos no peguen ni se vuelvan agresivos, pero creen que es importante darles herramientas para defenderse: «Yo les digo que jamás peguen primero, que no busquen el enfrentamiento, que se comporten, pero que tampoco acepten que los insulten. Tienen que defenderse y decirles a los demás niños que eso no les gusta, que no le pueden decir negro con desprecio». Para Ángel una manera de evidenciar que el trato es injusto es poner a los niños «blancos» en su lugar. «Yo pienso muchas veces en contestarles: “¿A ti, si vas a mi país, te gustaría que te insultaran por ser de otra raza?, ¿te gustaría que te dijeran puto blanco de mierda?”».
El nivel de agresividad verbal en los niños, más allá del racismo, es algo que le ha sorprendido a la familia de Ángel. «Es cultural -dice Luz-, pero nosotros no estamos acostumbrados a que se digan tonto, idiota, imbécil o cosas más fuertes, como gilipollas. Esas expresiones, que ellos usan con normalidad a esta edad, en nuestro país son impensables, no es habitual que haya ese tratamiento, tal vez por eso nos asusta más».
«A ti, si vas a mi país, ¿te gustaría que te insultaran por ser de otra raza?»
Ángel tiene muy buen expediente académico, ha sacado buenas notas y se desenvuelve perfectamente en español, un orgullo para su familia, que no quiere dejar de hacer ver que su integración no ha sido un problema, aunque Luz tiene miedo por si esa rabia que Ángel acumula repercute en su agresividad. «Cada día me llega con una cosa de este tipo y te sientes muy impotente: “hoy me han insultado”, “hoy me han dicho que si mi pelo esto”, “hoy sepárate, no me toques”, y llega un momento en que desconectas, pasas y no puedes estar a cada momento atendiéndolo. Eso me hace sentir muy mal, pero no sé cómo solucionarlo». Cuando Ángel escucha este relato de su madre decide manifestar cómo se siente. «Estoy harto, harto de que nadie haga nada».
Si a Luz y a su familia ya les cuesta denunciarlo públicamente, no se plantean ir al juzgado. «Nuestra situación no es fácil, tienes que adaptarte a una vida nueva, te instalas en un sitio distinto que crees que va a ser mejor para tus hijos y no te esperas el rechazo. Quieres que les vaya bien, no quieres problemas, no quieres que sea un castigo añadido para ellos». Ángel afirma sin dudar que hay racismo en Galicia porque lo sufre a diario; aun así, ha encontrado también amigos y gente buena que lo han ayudado a sobrellevarlo: «Tengo colegas aquí, juego al fútbol con ellos». Por eso tiene esperanza y, antes de despedirse, advierte orgulloso que quiere volar alto: «Me gustaría ser piloto de aviones de mayor».