Un senegalés dedicado al ‘top manta’ relata el miedo, la persecución policial y la clandestinidad a las que se enfrenta cada día
SARA ROSATI. EL PAÍS.- La vida del mantero Abdou Seringe Diop ha estado marcada por giros inesperados. Salió de Senegal en 1995, cuando tenía siete años por un problema médico. Le iban a amputar un brazo y su padre, que vivía en Canarias y se dedicaba a la venta ambulante, lo trajo aquí para que recibiera el tratamiento adecuado. Abdou vino por reagrupación familiar, es decir, de forma legal. Los médicos le salvaron el brazo y así comenzó su nueva vida en España.
Por aquel entonces Abdou, conocido por sus amigos como Mara, nunca se imaginó que terminaría siendo mantero y que un día de 2007 tendría que protegerse de que la policía no le quebrara el brazo por el que viajó hasta aquí. «Negro de mierda, te vamos a tirar a la basura», le espetó un policía tras darle una paliza brutal. «Me acuerdo muy bien de sus palabras. Aquel día me oriné encima del miedo», cuenta desde su apartamento de alquiler en el barrio sevillano de Los Pajaritos.
El día que el mantero senegalés Mame Mbaye murió tras una persecución policial en el barrio madrileño de Lavapiés, Diop se acordó de la paliza en Canarias. «Yo me sentí Mame Mbaye. Me vi a mí mismo en un cajón. Aquel día Dios borró mi muerte», cuenta. Él quería participar en las protestas, estar junto a sus compañeros , pero no podía viajar a Madrid.
Unos días más tarde, la policía le quitó la mercancía: 20 bolsos con un valor de 270 euros. «Pensando en el caso de Mbaye, no corrí. Les di todo lo que tenía», explica. Para expresar su indignación grabó un vídeo en directo explicando lo que le acababa de suceder. «Pusieron a mi compañero de rodillas. Hay formas de reducir y de detener a un individuo. La manera en que la policía trata a los manteros no se equipara ni a la de un asesino».
El padre de Abdou le aconsejó que se fuera de Canarias a Sevilla tras la agresión policial. En las islas trabajaba como camarero, pero a partir de la crisis empezaron a llamarlo cada vez menos. Se quedó sin alternativas por lo que decidió dedicase al ‘top manta’. Abdou se pregunta qué diferencia hay entre tener los papeles y no tenerlos. «Yo voy a vender con mi compañero. Él es ilegal y yo legal. Al final los dos somos manteros», dice.
Abdou es buen comerciante. «Corte Inglés sin escaleras» es su lema. Frente al centro comercial de Nervión no deja pasar una oportunidad. Bromea con los clientes, sonríe y actúa con tal naturalidad que hace olvidar al cliente que vive aterrado. «Cuando salgo a vender se me sale el corazón del pecho. Me pregunto si volveré con mi mercancía. Si tan siquiera volveré», dice. Y no solo le preocupa su propia existencia. Tiene un hijo y una mujer en Senegal a los que envía dinero cada mes.
«Yo no tengo un género fijo. Entre bolsos, carteras y gafas voy tirando». Y no es que quiera cambiar continuamente de mercancía. En un mes puede vender hasta cinco productos diferentes. Compra bolsos, y a continuación se los requisa la Policía. Entonces reúne dinero prestado de amigos y familiares y compra gafas, que son más baratas. Se las vuelven a requisar, así que se pasa a las carteras. Es un ciclo sin fin.
Las vidas de los manteros se asemejan. No tienen horarios. Cuando la policía va a comer, ellos ponen su manta. Si aparece por una esquina, se avisan unos a otros y corren. Es un juego continuo del gato y el ratón. «Pero algunos manchan el juego. No voy a decir que todos los policías son racistas. Pero hay unos pocos que lo son y no nos tratan como seres humanos».
Como en el poema Llaneza de Borges, Abdou también quería «sencillamente ser admitido como parte de una realidad innegable, como las piedras y los árboles». Pero cuenta que en los 23 años que lleva en España siempre lo hicieron sentir ajeno y por eso nunca quiso solicitar la nacionalidad española. Para pedirla, tendría que renunciar a la senegalesa, así que se aferra a su pasaporte para algún día volver a Senegal sin sentirse extranjero, también, en su propio país.