IRENE HERNÁNDEZ VELASCO. EL MUNDO.- Érase una vez una joven guapa y rebosante de salud que vivía con sus padres fascistas en el castillo de Bassano, en la provincia italiana de Vicenza, en el norte de Italia. Se llamaba Lucette porque había nacido en Francia, pero todos la conocían como Luce o Lucetta. Su padre había sido piloto y por aquel entonces, en 1944, en plena II Guerra Mundial, ocupaba el cargo de subsecretario de Aviación de la República de Salò, el Estado títere de los nazis con Benito Mussolini a la cabeza que ocupaba buena parte de los territorios italianos controlados militarmente por los alemanes.
Lucette tenía 18 años y muchas dudas. Era una buena fascista, sí, pero cada vez le inquietaban más las críticas y reproches que escuchaba contra los suyos, las voces que por ejemplo aseguraban que los nazis habían puesto en marcha campos de trabajo y de concentración en los que trataban como auténticos animales a quienes allí se encontraban.
«Después de mucho pensar, comprendí que la única manera de saber quién estaba en posesión de la verdad, si los fascistas o los antifascistas -se decían tantas cosas que nadie alcanzaba a entender nada-, era averiguarlo personalmente. Para ello,entendí que lo mejor para mí era ir a aquellos lugares de los que se decían las cosas más impactantes: los lager nazis», escribiría muchos años después en Desviación, un brutal libro autobiográfico en el que a lo largo de 500 páginas Lucetta, Luce d’Eramo, relata las terribles experiencias que durante la II Guerra Mundial vivió en primera persona, en sus propias carnes.
Más de 30 años le llevó escribir ese libro escalofriante que vio la luz en la Italia en 1979, que se convirtió inmediatamente en un súper ventas y que sin embargo sólo ahora acaba de publicarse en España de la mano de la editorial Seix Barral.
Fue el 8 de febrero de 1944, con 18 años, cuando Luce d’Eramo se escapó de su casa y, con los retratos de Hitler y de Mussolini en la mochila, se presentó voluntaria para ir a Alemania en calidad de simple obrera. Ingresó en un campo de trabajo cerca de Fráncfort, la IG Farben, donde enseguida se quedó espantada al ver las atroces condiciones en las que se encontraban muchos de los prisioneros de guerra obligados a trabajos forzados. Hasta el punto de que, junto con algunos compañeros, organizó una huelga.
Resultado: la detuvieron, la mandaron primero a prisión primero y después al campo de concentración de Dachau, en el que más de 200.000 personas procedentes de más de 30 países fueron recluidas durante la II Guerra Mundial.«En las 12 semanas que pasé en Dachau no dejó ni un segundo de asombrarme la increíble cantidad de padecimientos que el organismo humano puede soportar», confiesa. Podría haberse librado de todo aquello con tan sólo sacar a relucir que su padre era un jerarca de la Italia fascista. Pero eligió no hacerlo.
En Dachau, Lucetta formaba parte del grupo destinado a limpiar las alcantarillas y las cañerías de desagüe de la ciudad de Munich y alrededores. «Lo peor era cuando nos llevaban a las aldeas a vaciar los pozos negros: allí no hay cañerías. Cuando los pozos negros están llenos hay que vaciarlos con cubos y, una vez hecho esto, bajar al interior. Sólo entonces nos daban máscaras y botas de goma, y estábamos metidos en la mierda hasta que hubiéramos acabado. Muchos enfermaban, y había quien moría intoxicado», revela.
Lucia, alter ego de Luce d’Eramo en Desviación, logró escapar de Dachau aprovechando un bombardeo inesperado durante el tiempo de trabajo. Se ocultó un par de meses en Munich, esforzándose siempre por no llamar la atención. «Desde Dachau me he puesto un objetivo: pasar inadvertida, confundirme por completo con la masa. No quiero morir», escribiría. «Sólo tengo 19 años, pero siempre se me olvida. Luego cuando me acuerdo es como un descubrimiento, y me alegro en parte porque tengo toda la vida por delante, pero enseguida me pongo triste, me entra un miedo terrible al futuro, siento que no podré vivir después de todo esto».
Tras vicisitudes varias, acabó en Maguncia, una ciudad alemana a orillas del río Rin. Era el 27 de febrero de 1945, la localidad acababa de sufrir tres horas de bombardeos salvajes y los americanos estaban a punto de entrar en ella en cualquier momento. «Para nosotros la guerra había terminado», recuerda.
Salió a festejarlo con un amigo cuando pasaron junto a una casa que se había derrumbado. En la puerta, una chica alemana suplicaba a los viandantes que la ayudaran a salvar a su familia. Luce D’Eramo, junto con otras 10 personas, decidió echarle una mano. Se encontraba en medio de los escombros cuando una bomba de fósforo de efecto retardado estalló y un muro le cayó encima. A partir de ese momento, y hasta su muerte en 2001, sus piernas quedaron inmovilizadas. Además, sufría incontinencia fecal y urinaria.
Comenzó otro infierno, que Luce d’Eramo narra con la misma crudeza y sencillez que el resto de vivencias, con un estilo despojado de ornamentos pero absolutamente fiel a la realidad. «Yo, yo clavada a una silla de ruedas para toda la vida, entre orina y mierda», recuerda al enterarse de su diagnóstico, después de pasar varias semanas en la sala mortuoria de un hospital entre cadáveres y moribundos.
Pero aunque es una autobiografía, Desviación es sobre todo un libro de memorias. O, mejor dicho, un libro sobre la memoria. «Si mi madre tardó más de 30 años en escribir Desviación fue porque tuvo que desenterrar su propia memoria, hacer un largo y fatigoso recorrido para recordar lo ocurrido realmente, por reconquistar el pasado, por dejar de lado las mentiras que nosotros mismos nos contamos con frecuencia», explica a EL MUNDO Marco, su hijo.
Porque cuando concluye la II Guerra Mundial y Luce D’Eramo regresa a Italia, se encuentra con un mundo en blanco y negro, dividido férreamente entre víctimas y agresores. Un mundo en el que las víctimas, por el mero hecho de serlo, se convierten en buenas y bondadosas. «Y eso es falso. Entre las víctimas también había carniceros, como decía mi madre, a quien siempre le interesó la zona gris», subraya Marco.
Por eso, porque iba contra las ideas preconcebidas, a Luce D’Eramo le costó tanto desenterrar la verdad de lo sucedido, separar en su memoria lo falso de lo verdadero. Y por eso, por contar en Desviación no sólo los horrores cometidos por los nazis sino también las miserias de las víctimas, cómo algunas «se peleaban entre ellas como fieras por un cigarrillo, un nabo, un hombre, se denunciaban la una a la otra a los Kapos o a los SS» o se «abrían de piernas» para conseguir un trozo de papel de periódico con el que envolverse los pies y para caminar los cinco kilómetros que separaban el lager de la fábrica, hubo editores que rechazaron publicar su libro. «Y hubo también uno que se negó a publicarle una recopilación de relatos al percatarse de que era discapacitada e iba en silla de ruedas», subraya su hijo.
Pero aunque a su regreso a Italia Luce d’Eramo vivió una existencia plena e intensa, se casó, tuvo un hijo, se licenció en Filosofía y Letras, se separó, frecuentó a intelectuales como Alberto Moravia, Elsa Morante o Cesare Zavattini y escribió de modo incansable, siempre le interesaron precisamente esas incómodas zonas grises y siempre se sintió una marciana que no encajaba en las categorías preestablecidas. De hecho, su último libro, una suerte de testamento espiritual, se titulaba precisamente así: Yo soy una extraterrestre.