DARÍO PRIETO. EL MUNDO.- Israel Aviram tenía 13 años cuando él y el resto de los judíos de Lodz, en Polonia, fueron reubicados por los nazis al gueto de la ciudad. Allí entró a formar parte del movimiento juvenil judío. Un día, el nombre de uno de sus amigos apareció en las listas que los alemanes publicaban con aquellos que debían ser enviados a los campos de trabajo. A pesar de su juventud, los chicos ya sabían que aquello significaba la muerte. Así que todos ellos se reunieron y decidieron que esconderían a su amigo, y que dividirían las minúsculas raciones de comida que les proporcionaban los nazis para que sobreviviera. «Aquel día sentí que habíamos ganado a los alemanes».
Se tiende a pensar en las historias del Holocausto en términos de Hollywood, dramas humanos más grandes que la vida. «Pero, para mí las historias del Holocausto son grandes, pero no por los grandes gestos. Al contrario: lo son por los pequeños. Por contarnos qué es ser un ser humano en las condiciones más extremas». Dorit Novak es la directora de Yad Vashem, el memorial de la Shoah en Jerusalén. Poco después del Día internacional de conmemoración de las víctimas del Holocausto, la Novak ha visitado España para recordar el mensaje de esperanza de quienes superaron uno de los episodios más oscuros de la historia de la humanidad. Novak ha querido así apoyar la nueva etapa de la Asociación de amigos de Yad Vashem en España, que cuenta con Samuel Bengio como presidente y Guido Ruda como miembro de la junta directiva, con el objetivo de dar una mayor presencia a la institución en la sociedad civil.
En su visita, Novak ha explicado que en Yad Vashem corren contrarreloj para recolectar toda la información posible de las víctimas y supervivientes del Holocausto, antes de que el último de estos muera. Una vez que esto suceda, sostiene, quienes fueron testigos de sus experiencias se convertirán en sus ‘herederos’. «El mensaje es tan importante, que todo aquel que entra en contacto con él se convierte en mensajero. Es una responsabilidad», apunta. Para ella, «los mensajeros son los educadores», y habla no sólo de profesores, sino de periodistas, políticos, artistas. Todo ello resulta crucial en un mundo dominado por las teorías de la información. Paradójicamente, señala Novak, «cuanta más información hay al alcance de la gente, más importantes se vuelven los educadores».
Porque, advierte la responsable del memorial, el peligro de que vuelva a suceder algo así sigue presente. «A principios del siglo XX, había esta asunción de que la educación y la ilustración llevarían a la sociedad a un estatus moral mejor. El Holocausto nos enseña que no hay seguridad, que no hay garantías, que, si no lo trabajamos, el peligro está ahí. Si sucedió una vez, puede suceder otra vez. La humanidad es capaz de eso». Porque, «si pensábamos que la modernidad sería una barrera a las atrocidades, al final ha resultado lo contrario, porque da al mal herramientas más modernas».
El Holocausto, recuerda, «sucedió en el corazón mismo de la modernidad. Una sociedad muy similar a la nuestra donde escuchaban la misma música que nosotros, jugaban al tenis y hacían cosas muy parecidas». Por eso, las enseñanzas del Holocausto pueden suponer «una barrera» a fenómenos como «el fascismo, el islamismo radical y la xenofobia».
Porque Novak prefiere quedarse con lo positivo antes que con el horror de aquellas experiencias. «Los supervivientes del Holocausto nos enseñan una lección muy importante: que existen salidas incluso en un mundo sin salidas», como en el caso de Aviram. Gente con «la habilidad para reconstruir una vida». Y es esta narrativa la que es importante, al final del día. «La gente recuerda cosas con significado. Historias personales, humanas. Cuando más particulares son, más universales son». A veces, «para ser bueno tienes que pagar un alto precio. Puedes escapar y esconderte o correr un riesgo y llevar algo contigo que ralentice tu huida».