Una iniciativa ridiculiza en Alemania a los participantes en actos supremacistas y recauda fondos para luchar contra el extremismo
ANA CARBAJOSA. EL PAÍS.- Nadie ha dado aún con la fórmula para desmontar el odio y el discurso de extrema derecha, cada vez más sonoro en las calles y en las redes. En Alemania, el Gobierno ha aprobado una polémica ley que impone multas a las redes sociales que no eliminen mensajes extremistas. Fuera de los despachos oficiales y los gabinetes de abogados, un grupo de ciudadanos sin embargo, ha optado por utilizar una herramienta más sutil y puede que tal vez incluso más efectiva: la ironía.
En las calles, el invento de Rechts gegen Rechts (la derecha contra la derecha) ha funcionado con éxito en una veintena de localidades en las que se han celebrado manifestaciones neonazis o supremacistas. La idea es ridiculizar a los participantes de los actos supremacistas y recaudar de paso fondos para luchar contra el extremismo. El sistema es el siguiente: por cada metro que recorre la marcha, se activa la donación a una organización de ayuda a los refugiados o de desradicalización de extremistas de derechas. Durante el recorrido, los activistas de Rechts gegen Rechts cuelgan carteles en los que se lee: “Gracias por su donación, queridos nazis” o “si el Führer se enterase”. A los manifestantes les entregan un diploma en el que les dan las gracias por haber contribuido con su “donación involuntaria” para combatir a la extrema derecha en Alemania.
Los fondos proceden de donaciones de los propios pueblos en los que se celebran las marchas y que no quieren asistir impotentes a los desfiles de los radicales. “La idea es deconstruir su narrativa y ridiculizarlos. Se manifiestan para decir ‘estoy aquí, mira que poderoso soy’, y sí están, pero haciendo el idiota”, explica Fabian Wichmann, coordinador de Rechts gegen Rechts.
El esquema de “donaciones involuntarias” se ha trasladado también con éxito a las redes sociales, donde el discurso del odio se propaga sin aparente freno. En Alemania, desde hace dos años, un grupo de cinco voluntarios se encarga de monetizar los comentarios extremistas de Facebook. Reciben avisos de internautas que localizan comentarios en la Red del tipo “habría que matar a todos los refugiados” o “necesitamos un nuevo Adolf Hitler”. Si el comentario responde a la definición de comentario de odio que manejan en la organización —racista, antisemita, sexista, xenófobo, homófobo o sexista entre otros—, envían al autor una respuesta del tipo: “Querido Stephen, gracias por tu discurso de odio. Acabas de invertir involuntariamente un euro en programas para refugiados o para ayudar a extremistas a abandonar el entorno neonazi”.
Wichmann asegura que con este programa han recaudado ya 50.000 euros y que el dinero procede de donaciones de blogueros, medios de comunicación, ciudadanos individuales y hasta de algún club de fútbol. Es consciente de que iniciativas como la suya no van a lograr frenar la mancha de odio que se extiende como el aceite, pero por lo menos piensa, contribuyen a concienciar a los donantes y a causas como la organización que desradicaliza neonazis, por la que ya han pasado 680 personas desde el año 2000. A unos les ayudan a borrarse el tatuaje con la esvástica. A otros, simplemente a pensar de otra manera.
Wichmann extrae de su observación de los mensajes que circulan en la web conclusiones interesantes. Alerta de las campañas profesionalizadas, de gente con cinco perfiles falsos que se dedican a diseminar odio a discreción. Pero sobre todo detecta un mecanismo psicológico que ha dado la vuelta a la ecuación de la manifestación del odio. “Hay que entender que los extremistas se sienten muy empoderados gracias a las redes sociales. Antes, hacían un comentario en un bar e igual cinco amigos les daban una palmadita en el hombro. Ahora, son 500 o miles de personas de distintos países las que le dan un like y les hacen sentir que son influencers globales, celebrities de la web. Y si encima hay partidos, como Alternativa por Alemania que legitiman ese discurso, mucho peor”.