BULENT GOKAY. SOCIAL EUROPE / CTXT.- Sería un grave error interpretar el impulso autoritario de Turquía a través de un prisma cultural o de civilización: no se trata del cambio radical de un dictador cegado de poder, ni mucho menos del predecible resultado finalmente desvelado de la estrategia política del islam. No es el resultado de un “choque de civilizaciones” entre el islam y el occidente laico, tal y como apuntaba Samuel Huntington en su profecía apocalíptica. El actual conflicto de Turquía no es una batalla entre laicismo y religión, sino una entre dictadura y democracia. El impulso autoritario de Erdoğan es la peor noticia para cualquiera que luche por la libertad, la democracia y la justicia social, ya sean ateos, musulmanes o cristianos.
La deriva autoritaria hacia la derecha de Erdoğan, supuestamente motivada por el fallido golpe de Estado de julio de 2016, no es un suceso aislado, sino que forma parte de un aumento generalizado del autoritarismo de derechas en el ámbito político mundial. Entre los avances similares está el crecimiento de la extrema derecha en toda Europa, las vallas que se elevan en las fronteras de Europa del este, que reflejan un aumento de la xenofobia y del miedo al/a los otro(s), el militante nacionalismo hindi de Modi en India, la campaña por un “renacimiento nacional” de Shinzo Abe en Japón y las tácticas militares de Duterte en Filipinas. Este creciente autoritarismo de derechas no está anclado en las personalidades o psicologías de Trump y Erdoğan ni en las de cualquier otro líder político parecido. Tampoco se trata de un ardid elaborado por diversos políticos populistas de derechas para explotar la desafección latente del electorado hacia el orden económico y político actual con el objetivo de utilizarlo en su propio beneficio político. Sin duda, estas cuestiones están presentes, pero detrás de semejantes maniobras políticas, operan elementos históricos de larga duración y elementos relacionados con el reequilibrio de poderes en el mundo. Trump, Erdoğan, y todos los que se encuentran en ese “círculo de autócratas”, no son tanto los creadores sino el resultado de largos procesos económicos, sociales y políticos.
El autoritarismo de derechas en Occidente ha adoptado una forma en ocasiones cristiana y en ocasiones laica, pero ambas son igualmente antiinmigrantes y antiislámicas. En Turquía, la configuración del autoritarismo de derechas es antikurda y antiislamista. Aunque no deberíamos dejarnos engañar sobre lo que realmente está en juego, en ambos casos el impulso autoritario de derechas se basa en un conservadurismo socialmente represivo que legitima derivas peligrosas en contra de la democracia, los derechos individuales y la justicia social. Todos estos desplazamientos hacia la derecha política son el resultado de una situación internacional cada vez más volátil y caótica, consecuencia directa de un proceso que Arrighi denominaba “Transición hegemónica” dentro de un período de caos sistémico. Los últimos años del siglo XX han sido testigos de una renovada rivalidad por el poder, de excesos financieros a lo largo y ancho del sistema y del estallido de burbujas, como consecuencia de la decadencia hegemónica de EE.UU. y de la aparición de nuevos centros de poder, en especial China e India. Por tanto, la lógica central de este desplazamiento hacia la derecha se puede analizar precisamente dentro del contexto de cambios estructurales en el ámbito mundial que llevan afectando al mundo desde hace 20 o 25 años.
Cuando la autoridad de una gran potencia o de una superpotencia mundial está en declive, el orden mundial en su conjunto se ve afectado y se produce una cierta inestabilidad. De acuerdo con la opinión de diversos expertos, EE.UU. se enfrenta a un declive que desde el fin de la Guerra Fría se ha hecho cada vez más evidente. Aun cuando EE.UU. todavía es la potencia militar y económica más grande y poderosa del mundo, no cabe duda de que adolece de una seria debilidad resultado de un bajo crecimiento económico y de una degradación prolongada de su industria. La transformación estructural más importante que tuvo lugar en el sistema económico mundial que lideraba EE.UU. desde el fin de la Segunda Guerra Mundial fue la crisis manufacturera generalizada que se manifestó bajo la forma de una estanflación (un estancamiento económico acompañado de una inflación de dos cifras). El descenso de la capacidad productiva y el creciente desfase entre acumulación productiva y financiera dio como resultado la aparición de repetidas crisis económicas y financieras en todo el mundo. La cadena mundial de extrema financiarización y enriquecimiento especulativo se rompió en 2007-2009, y al final acabó trasladándose a la eurozona a través de un sector bancario excesivamente confiado.
En paralelo a este descenso del peso e influencia generales de EE.UU., hemos sido testigos en las últimas dos décadas del surgimiento de otras potencias económicas que poco a poco han ido escalando lugares hasta ocupar el primer puesto. Esto ha modificado el equilibrio de poder mundial, que ha pasado a ser un sistema multipolar. Nuevos centros de influencia mundial han ido apareciendo en el sudeste asiático, en particular China e India. Durante el mismo período, otros Estados de tamaño medio y potencias regionales o emergentes, también han expandido su influencia.
El auge de las nuevas potencias emergentes no fue, ni será, lineal, en especial a causa de las grandes diferencias que existen entre los países y por la situación nacional excesivamente irregular de muchos de ellos. El crecimiento económico y el tamaño de la población y del país no confieren el liderazgo regional, y mucho menos mundial, de forma automática. Los requisitos son mucho más exigentes: fiabilidad, confianza en los vecinos propios, capacidad de ejercer un poder de atracción política y proveer de bienes públicos a la región y a otras partes.
El mundo centrado en EE.UU. que hemos conocido hasta ahora está perdiendo rápidamente su predominancia y está siendo reemplazado por un nuevo sistema internacional constituido por la llegada de estos nuevos actores. Esto es básicamente lo que causa la desintegración del orden mundial y el viraje de la élite gobernante de muchos países hacia un nacionalismo económico y político sin limitaciones. Evidentemente, Occidente carece en su conjunto de los medios para respaldar sus políticas en Oriente Próximo, África, Ucrania y el sudeste asiático. Por otra parte, las nuevas potencias emergentes aspiran a establecer un nuevo orden en la política mundial, pero, al carecer de una capacidad de liderazgo real, todavía no están en disposición de imponer su voluntad en los diversos conflictos regionales y mundiales. Existen vacíos de gobierno a nivel mundial y regional que alimentan muchos de los conflictos existentes, desde Siria hasta Ucrania, o desde un amplio abanico de países de Latinoamérica hasta la eurozona. EE.UU. está perdiendo cada día más su capacidad para tomar la iniciativa y gobernar, y los nuevos países emergentes tienen serias intenciones de llenar ese vacío, aunque por el momento ni están listos ni son los suficientemente poderosos como para liderar. En ese sentido, el liderazgo, el orden y la gobernanza regional y mundial ya no están garantizados.
El mundo está actualmente aquejado de un frágil desequilibrio, y el declive de la potencia hegemónica mundial sigue avanzando, como describió con precisión el célebre periodista del Financial Times, Martin Wolf: “El poder de EE.UU. ha retrocedido tanto en el ámbito geopolítico como económico y estamos viviendo de nuevo en una época de estridentes nacionalismos y xenofobia”. El elevado aumento de los niveles de desigualdad, desempleo, frustración y ansiedad que se generaron a raíz de la Gran Recesión de 2008 han creado unas condiciones mucho más favorables para la última expansión de movimientos pseudoconservadores y la intensificación de los aspectos más autoritarios de su discurso. A lo largo de la historia económica y política mundial las crisis van y vienen, al igual que los focos de atención que las provocan. Para comprender la dinámica de los actuales procesos de cambio hacia un autoritarismo de derechas hay que entender también la historia. Las victorias de Trump en EE.UU. y la campaña del “Leave” en el Reino Unido, o el giro autoritario de Erdoğan no son más que epifenómenos de los cambios trascendentales en la economía política global y en las alianzas geopolíticas internacionales que están teniendo lugar de forma más abierta desde el final de la Guerra Fría.