Es musulmana y vive en una gran ciudad europea. Su testimonio, bajo anonimato, ayuda a entender por qué la comunidad islámica de Ripoll no advirtió el peligro de su imán
EL PAÍS.- No soy de Ripoll. No conozco directamente la comunidad musulmana de esta ciudad. Pero conozco otra comunidad musulmana que se le parece, que no está muy lejos y de la que soy originaria.
Muchas veces los hombres llegaron de manera clandestina y lo tuvieron difícil. Siempre buscaron puntos de referencia para ellos y sus familias, entre el deseo de integrarse para mejorar su vida y el de no abandonar su cultura de origen. Al conocer poco la literatura, el arte y la historia árabe-musulmana, la herencia cultural se reduce muchas veces a poco más que a la religión, que les sirve de resorte identificador casi exclusivo. En la mayoría de las familias, los padres apenas saben leer y las madres son analfabetas. No practicaban un islam radical. Era un islam tradicional, más cultural que ideológico o político.
En los años 2000 empezaron a pasar por los centros culturales y las mezquitas, españoles y europeos, todo tipo de salafistas [la corriente que defiende una interpretación radical del islam]. Digo pasar porque hay cierto honor y valor en ser un musulmán algo nómada, que va de ciudad en ciudad o incluso de país en país para compartir las enseñanzas del islam. Y estos viajeros difundían un islam radical. No yihadista necesariamente, pero sí radical. No eran imanes. Simplemente se quedaban unos días o unas semanas. Y contaban a los miembros de la comunidad que tenían que despertar, que no se podían fiar de los cristianos y que, sobre todo, tenían que cuidar de que sus hijos no se cristianizaran, que no se tenían que mezclar, etcétera. Y añadían nuevos rituales desconocidos.
Enseñanzas radicales
No todos los miembros de la comunidad eran receptivos a estos preceptos, pero sí consideraban a los viajeros como buenos musulmanes. Y quiero aquí remarcar la expresión de buen musulmán porque me parece clave para entender por qué la comunidad de Ripoll no se dio cuenta de quién era ese imán: los miembros de la comunidad que no seguían los consejos de estos viajeros no los condenaban por ser demasiado radicales. Los que podían rechazarlos eran la minoría que no iba a rezar y que quedaba al margen. Otros intentaban seguir las enseñanzas de los radicales.
En esos años, los padres empezaron a ser mucho más estrictos con los hijos en cuanto a práctica religiosa. Les animaron con insistencia a que tuvieran solo amigos musulmanes, insistieron a sus hijas para que llevaran el velo desde muy jóvenes. Les dijeron a todos que lo que enseñan en la escuela no es toda la verdad, que hay conspiraciones contra los musulmanes, que los ataques del 11 de septiembre de 2001 eran obra de los americanos y de los israelíes… Y esto no era la creencia de una minoría. Era la creencia de gran parte de estas comunidades a las que los viajeros educaron en el islam de verdad. Por eso nadie se extraña de que un nuevo imán diga que no hay que saludar a una mujer, que no hay que relacionarse con los cristianos, etcétera.
Uno de los familiares de los terroristas dijo algo parecido a: “Ahora tengo miedo del Estado Islámico… que digan que soy un infiel, pero no se puede matar a gente inocente”. Es muy sintomático que esta persona —con la que me identifico en cierta manera y con la que comparto el dolor de perder a un ser querido en circunstancias parecidas— haya esperado hasta ahora para temer al Estado Islámico. Y sobre todo es sintomático que diga que teme que digan que es un infiel. Teme que una parte de su comunidad diga que ha criticado —aunque decir que se tiene miedo no es exactamente criticar— al Estado Islamico. ¿Qué quiere decir? ¿Qué nunca había oído hablar del Estado Islámico y de sus crímenes antes?
¿Por qué entonces no se dieron cuenta de que el imán era sospechoso? Simplemente porque para ellos ser un buen musulmán te disculpa de muchas cosas. No digo que le disculpen de matar a inocentes; de eso no tengo ninguna duda. Pero le disculpan de ser “un poco raro”, de ir demasiado lejos a veces sin que nadie piense en alertar a las autoridades, etcétera. ¿Cómo denunciar un buen musulmán a las autoridades cristianas por palabras un poco extremas? Declaraciones de algunos miembros de la comunidad musulmana de Ripoll lo demuestran (“pensaba que iba demasiado lejos en lo que decía pero no me imaginaba que podría llegar a matar”). En otras palabras, o era un buen musulmán ante todo y/o no era para tanto. Porque gente con el discurso supuestamente moderado del imán de Ripoll, hay mucha. Y muy pocos son yihadistas.
Pero es precisamente porque hay muchos radicales que pasan por moderados que los yihadistas se funden en la masa. La verdad es que, a pesar de los atentados del 11-M —que responden a otro esquema porque los terroristas no eran originarios de una comunidad musulmana local—, España no tiene suficiente experiencia en el islam radical para que sus comunidades musulmanas detecten tan rápidamente a los yihadistas como en Bélgica, por ejemplo.
Una cosa que recuerdo siempre es que Bélgica ha sido vanguardista en lo de ser un buen musulmán. Me acuerdo de cuando, ya en los años noventa, volvían los inmigrantes a mi pueblo natal y se consideraba que los belgas eran los mejores musulmanes de todos. Sus hijas, que iban con velo desde bastante jóvenes, eran las más solicitadas como esposas. Así, el radicalismo es más antiguo en Bélgica y no es casualidad que sea uno de los países europeos que exporta más yihadistas a Siria e Irak. En cambio, los inmigrantes e hijos de inmigrantes de Francia y de España eran considerados como los musulmanes menos buenos porque eran permisivos con sus hijos que tendían a mezclarse más. Desde entonces, y gracias a los esfuerzos de los viajeros, parece que el radicalismo se ha extendido también a España y Francia.
Pero espero que los atentados de Barcelona y Cambrils despierten a ciertos miembros de estas comunidades para que estén más vigilantes en el futuro.
La comunidad musulmana de Europa —y de otras partes— tiene que reflexionar sobre lo que es ser un buen musulmán y aprender a rechazar —por su propia iniciativa y no en el contexto post-atentado— a ciertos miembros por muy practicantes que sean. Todos dirán que un buen musulmán no mata a inocentes. Eso es fácil. ¿Pero un buen musulmán puede decir en Europa en el siglo XXI que se tienen que evitar contactos con mujeres, o que éstas no tienen los mismos derechos que los hombres? No lo creo.
Tiene que llegar un día en el que los radicales, aunque no sean proviolencia, sean mal vistos por sus propios correligionarios y no se les disculpen sus exageraciones. Esta lucha —que es sobre todo de los musulmanes— no pasa por prohibiciones —el velo en el colegio, el niqab [velo que cubre el rostro] en espacios públicos— sino por medios educativos. Educación que los países de origen no tienen que obstaculizar por temor a que sus súbditos se les escapen.