‘Welfare Chauvinism’

| 13 septiembre, 2017

GUILLERMO FERNÁNDEZ VÁZQUEZ. CTXT.- “En un mundo en el que los pueblos desean ser protegidos, el patriotismo no es una política del pasado, sino una política del futuro” señalaba Marine Le Pen en un mitin celebrado junto a los principales líderes de la extrema derecha europea en la ciudad alemana de Coblenza en enero de este año. “Vivimos el colapso de un mundo y el advenimiento de otro: retorna el mundo de los Estados-nación que la globalización ha tratado de hacer desaparecer” continuaba la líder del Frente Nacional ante la mirada atenta y el gesto aprobatorio de sus compañeros de orilla ideológica Frauke Petry (Alternativa por Alemania), Mateo Salvini (Liga Norte) y Geert Wilders (Partido de la Libertad). 

Más allá de la parafernalia ideológica de la extrema derecha clásica y de un cierto envalentonamiento tras la victoria de Trump y el Brexit: ¿qué hay en estas palabras que llame la atención? ¿Qué nos dicen acerca de la estrategia de la derecha radical europea? Lo llamativo es el vínculo que establecen entre patriotismo y protección, entre nación y cobijo, entre Estado del Bienestar y Estado-nación. La patria, vienen a decir, es eso que protege. 

En un mundo frágil como resultado de la crisis, con existencias frágiles, derechos frágiles y perspectivas frágiles, la idea de protección es un seguro de vida. La perspicacia de la derecha radical europea consiste en saber mezclar el vocabulario de la protección con la terminología propia del nacionalismo identitario. Ha ido perfeccionando el modo de conjugar ambas retóricas al tiempo que guardaba en el cajón las propuestas de corte más neoliberal. El resultado de esta síntesis es el Welfare Chauvinism o Estado del Bienestar chauvinista; es decir, la reivindicación de un Estado que intervenga en economía y redistribuya la riqueza entre los individuos nacionales. Con ello la derecha radical se aleja de los antiguos modelos de Ronald Reagan, Margaret Thatcher o incluso el Tea Partynorteamericano, para pasar a clamar contra el desmantelamiento de las políticas sociales y los recortes al bienestar ciudadano. 

No toda la extrema derecha europea ha hecho esta transición, pero sí una parte significativa, especialmente en Francia, Italia, Alemania, Países Bajos o Escandinavia. Otra parte se ha mantenido fiel a postulados de corte neonazi y una tercera ha seguido apostando por un perfil neoconservador. En España, Vox pertenece a esta tercera línea. Esta es una de las razones por las que no despegó electoralmente durante los años más duros de la crisis. En nuestro país había condiciones para la emergencia de un partido siguiendo el modelo del Welfare Chauvinism, pero Vox no supo interpretar bien las claves de esta posibilidad. Renunció a hacer incursiones por el campo semántico de la izquierda, prescindió del vocablo protección y eso le condenó a ser simplemente un instrumento de presión al Partido Popular sobre el eje temático aborto-eutanasia-religión. Desde este punto de vista, Vox fue más un lobby que un partido atrapalotodo.

Quien sí ha adoptado (al menos hasta ahora) el enfoque del Welfare Chauvinism es el Frente Nacional de Marine Le Pen. Hasta el punto de que esta formación se considera un ejemplo paradigmático de la evolución de la extrema derecha desde los partidos de nicho (dedicados casi exclusivamente al cultivo discursivo de la tríada seguridad-identidad-inmigración) hasta organizaciones que encarnan un discurso más elaborado sobre una variedad de temas creciente. El objetivo de esta derecha radical renovada es liderar una alternativa de país en clave nacionalista y con este fin incorpora no sólo nuevos asuntos de interés sino también una perspectiva renovada sobre los mismos. A menudo esto lo hace a costa de la izquierda, a quien hurta una parte de su discurso: tanto en la vertiente de denuncia de las injusticias como también en la faceta más propositiva adoptando medidas que son auspiciadas por intelectuales (economistas, historiadores, filósofos) de este espectro ideológico. La nueva derecha nacionalista enriquece su oferta política nutriéndose de la izquierda, a la que ‘roba’ propuestas y legitimidad. Ocurre en temas como ecología, producción industrial, pensiones o ayuda al desarrollo, pero también en otros asuntos menos densamente politizados como la crítica al consumismo, al efecto aislamiento que provocan las nuevas tecnologías o los desafíos de la llamada crisis del trabajo. Llamemos a esto  transversalidad. Consiste en crecer a costa de la izquierda y de la derecha; esto es, en asimilarlas para anularlas. Marine Le Pen o Geert Wilders siguen así una vieja consigna metapolítica: si quieres desarticular a tus adversarios, digiere parte de su propuesta y del impulso que los hace posibles. 

Bajo este espíritu, la protección es su nuevo leit-motiv y la nación la cobertura que la hace posible. La nueva derecha radical presenta la patria como el paraguas que protege de la tormenta desatada por la crisis financiera. Nación es parapeto, cortafuegos, cobijo, techumbre, hogar. Patria es bienestar, es superficie de amparo, punto de apoyo y balsa en medio del mar. “Para quien nada tiene, la patria es su único bien” decía Jean Jaurès, histórico dirigente del Partido Socialista francés. Marine Le Pen no se corta al utilizar a menudo esta cita y añadir: “Los viejos socialistas, los verdaderos socialistas, tenían razón: la patria es lo único que le queda al desposeído porque es el lugar del afecto, el espacio en el que aún puede sentirse seguro y en el que se le permite recordar”. 

Fíjense bien: esta extrema derecha ‘proteccionista’ dibuja la patria como un refugio con el aire bucólico de la infancia. De hecho, se atribuye a la patria los rasgos de la relación materno-filial: la “matria” de la que habla Marine Le Pen indica reconocimiento y respaldo; es decir, lo contrario de la fría intemperie del mercado y de la guerra de todos contra todos. Lo opuesto a la desorientación. También al cosmopolitismo. Enlaza con un vago sentimiento de esperanza: de retorno a lo perdido, de calor humano, de unidad y de regreso a una mínima solidaridad. La matria del Welfare Chauvinism dibuja el perímetro de seguridad desde el que tomar aire y carrerilla para lanzarse a la realización de nuevas tareas y hazañas colectivas. La matria tiene así algo de ilusionantemente bello, colectivo y, si me apuran, hasta prometeico.

Pueden imaginarse que la extrema derecha ‘proteccionista’ no ha desaprovechado la ocasión de hacer política desde esta idea de matria durante las contiendas electorales que se han celebrado este año en Europa. Y ello hasta el punto de que esta idea ha terminado por convertirse en la piedra angular de sus estrategias políticas, lo que por un lado les ha proporcionado un aire renovado e incluso adaptado a los tiempos y, por otro lado, ha logrado separarles de sus ancestros políticos de los ochenta, noventa y dos mil. El punto clave sigue siendo, sin embargo, cómo condensar en imágenes esta idea política, qué metáfora escoger. 

 

Un país como una casa

El Frente Nacional, de Marine Le Pen, no dudó en escoger una casa como símbolo de esta matria reconstruida que vuelve a dar cobijo. Fue muy elocuente que en plena campaña electoral, Marine Le Pen eligiera en el programa de televisión 15 minutos para convencer, de France 2, unas llaves como símbolo de su propuesta. Aquel 21 de abril, ante la pregunta de qué objeto instalaría en su despacho del Elíseo si fuera elegida presidenta de la República, la líder ultraderechista mostró a las cámaras unas llaves y añadió: “Me las ha dado un empresario de Mosela [región industrial del noreste del país que ha sufrido particularmente los efectos de la crisis económica], y me parece que son muy simbólicas porque mi proyecto es devolver a los franceses las llaves de la casa Francia”. Una semana antes, durante un mitin celebrado en Perpiñán el 15 de abril, la candidata del FN resumió su programa electoral en un solo deseo: “Que los franceses dejen de vivir como alquilados en su propio país y vuelvan a ser sus propietarios”.

En la época de Airbnb, Marine Le Pen habla de alquileres y de injusticia. Buena jugada. La mención al alquiler nos recuerda que “recuperar las llaves de la casa Francia” significa ante todo salir de una situación de injusticia. “Me han quitado lo que era mío”, dicen los militantes del FN, y añaden: “y ahora vivo peor que antes”. La metáfora de la casa alude entonces a una suerte de desposesión, a un salir perdiendo y a un sentimiento de agravio. La retórica del FN enlaza con este sentimiento haciendo que en su discurso proliferen toda clase de verbos que indican  humillación; y así aparecen en cascada dominar, abusar, intimidar, arrodillar, someter, subyugar, esclavizar, rendirse o capitular.

En el seno de esta retórica la globalización es la responsable del maltrato. Implica siempre atraco, robo, enajenación. Los “globalizadores” son los asaltantes de la “casa Francia”: ladrones que dejan a los ciudadanos en la calle y con lo puesto. Desprovistos y desprotegidos. Con esa sensación tan rara, mezcla de indignación y desamparo, que se le queda a uno después de que le roben. En tales casos uno necesita echar mano de alguien “más grande” (la policía, por ejemplo) que le ayude a solucionar el entuerto. Ese “hermano mayor” es el Frente Nacional a través de la “madre protectora”, Marine Le Pen. El segundo anuncio electoral del FN para la campaña de las elecciones presidenciales fue muy explícito en este sentido: se titulaba Necesito a Marine y en él la candidata frontista acusaba a sus adversarios de “querer saquear el patrimonio material e inmaterial de los franceses”. Frente a ellos, Marine Le Pen era quien venía a restablecer el equilibrio de la soberanía.

Por eso “recuperar las llaves de la casa Francia” significa también recobrar el control sobre la propia vida y el propio entorno, volver a sentir que se tiene el dominio sobre algo y que las decisiones de uno cuentan. El discurso ultraderechista opera aquí un salto poco ortodoxo en pos de la narrativa del empoderamiento. Con la metáfora de las llaves de casa le dice a los franceses algo así como “ya es hora de que vuelvas a entender lo que te pasa y de que lo que tú decidas vuelva a contar”. Como pueden imaginarse esta retórica abre un espacio para hablar del poder del pueblo, de la democracia y de la necesidad de establecer mecanismos de participación ciudadana. También para valorar lo micro: las relaciones cara a cara, el pequeño comercio, las relaciones de barrio. 

“Recuperar las llaves de la casa Francia” es, en suma, recuperar las claves de una vida comunitaria idealizada, pretérita y no por ello menos atractiva. Un espacio no transformado por todo aquello que la extrema derecha relaciona con el proceso de mundialización: el desempleo de masas, la inmigración, la pérdida de valores y la inseguridad a todos los niveles. El Welfare Chauvinismse lee entonces como la protección de la comunidad del pasado en sus aspectos presentes: derechos sociales, endurecimiento del código penal para la persecución de la criminalidad, énfasis en los aspectos identitarios de la educación (aprendizaje de la historia, la lengua y la denominada “cultura francesa”) y salvaguarda del papel internacional de Francia.

¿Puede arraigar en España este discurso?

El punto crucial es saber si un discurso así tendría visos de arraigar en España. Los más optimistas sostienen que esta posibilidad es altamente improbable gracias a que el 15-M nos “vacunó” contra una reacción nacionalista a la crisis. Arguyen también que el Partido Popular copa todo el espectro derecho del tablero político dejando poco margen de maniobra en sus márgenes. Y, por último, afirman que la historia reciente del franquismo nos ha grabado a fuego en la memoria una lección de civismo y democracia que estigmatiza cualquier opción de revivir tiempos pretéritos. 1974 y 1975, Portugal y España, Salazar y Franco explicarían por qué en la península ibérica no se ha desarrollado (como en Italia o Grecia) una fuerza política de extrema derecha con capacidad de competir en el sistema político.

Nada de esto es mentira y sin embargo puede no ser una explicación suficiente. Ya antes de la crisis, periodistas como Jiménez-Losantos o César Vidal lograron cimentar un discurso contra las élites políticas en clave nacionalista y con un marcado sabor anti-progre. Se trataba de un discurso muy duro, que ponía las pilas, que se alejaba del franquismo a través de la historia personal de sus portavoces y que, recordémoslo, llegó a ser muy popular entre algunos sectores de la sociedad española.

Más tarde, con el estallido de la crisis económica, el naufragio del Partido Socialista y la aparición constante de casos de corrupción en el Partido Popular, habría podido cuajar en España un partido del tipo Welfare Chauvinism que articulara la protesta y al tiempo el deseo de protección de muchos ciudadanos golpeados por la austeridad mientras daba forma al sentimiento recentralizador (¿Se acuerdan de las mamandurrias?) que en esos momentos (2011, 2012, 2013…) dominaba en casi toda España a excepción de Cataluña y el País Vasco. Entonces una alternativa nacionalista que aceptara las conquistas del Estado del Bienestar, no hablara un lenguaje neoliberal y se separara de los símbolos más evidentes del franquismo podría verosímilmente haber encontrado un hueco en el panorama político. 

Hoy, con la crisis nacional abierta en Cataluña y un Partido Popular al que si las cosas no le salen bien y se produce la llamada desconexión, podría culpársele de no haber sabido defender con inteligencia la unidad nacional, el fantasma de una reacción ultranacionalista a la angustia provocada por la secesión de un territorio no es totalmente descartable. El resentimiento anti-élites que algo así provocaría, unido a la compensación patriótica que el bumerán de la independencia catalana nos traería, permite considerar esta posibilidad. Con miedo, con tristeza, con angustia o como queramos. Pero conviene estar políticamente atentos porque ninguna vacuna (ni siquiera la del 15-M) dura para siempre.

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