La concentración racista, neonazi y supremacista en Charlotteville (Virgina. USA) donde resultó asesinada una mujer, abogada antifascista, con decenas de heridos algunos muy graves y donde murieron en accidente dos policías ha dejado numerosas señales a tener en cuenta a la par de amenazas como las vertidas por David Duque, exgran dragon del KKK quien apoyó explícitamente al actual presidente de EE.UU. Señales que se extienden por Europa y en el Mundo, donde la intolerancia avanza y muestra toda su realidad poliédrica; es como una hidra de aspecto multiforme que crece dentro de las personas y de la sociedad, penetra en las instituciones, es visible y a la vez sumergida, de ahí la dificultad del empeño en desactivarla.
Se desarrolla como una metástasis múltiple, desde múltiples focos y distintas formas, ya sea de racismo o xenofobia, antigitanismo u homofobia, antisemitismo o islamofobia, misogina o aporofobia, ya sea bajo unos u otros “ismos” y “fobias”; una intolerancia alimentada por cosmovisiones y rechazos que lesionan dignidad y derechos del “otro”, de los “diferentes”, hacia aquellos que dañan también, a través de numerosas manifestaciones de discriminación, odio, hostilidad y violencia a los que van construyendo como víctimas o chivos expiatorios de su malignidad, en numerosos ámbitos, sociales y territoriales, callejeros e institucionales; una intolerancia que crece en todos los lugares, bien como afirmación identitaria o como, aún más grave, proyecto político autoritario, excluyente y contrario a los valores democráticos.
Una intolerancia sostenida y promovida desde estereotipos y prejuicios, ideologías totalitarias, fanatismos religiosos, conocimientos acientíficos y defectuosos, desde la ignorancia e intereses de múltiples dimensiones; una intolerancia, recordemos, que fue acompañada en otro período de triste y trágica memoria, por otros dos factores que alimentaron objetivamente el horror del nazismo, como fueron la normalización de la violencia y del victimismo ultranacionalista, todo ello en un contexto de crisis económica y sistémica. De ahí la importancia de encarar el problema, aquí y ahora, por parte de todos. De ahí la importancia de denunciar la intolerancia, de denunciar las ideologías y actitudes que llevan a la exclusión del otro y que llevan la violencia en su código intrínseco. De ahí que prevenir y luchar contra el crimen de odio, la guerra y el genocidio requiera combatir su raíz que no es otra sino esa intolerancia, ese marco mental que capilariza y se proyecta de manera individual, social y política.La intolerancia en su manifestación xenófoba es una de las principales realidades planetarias; sus expresiones prejuiciosas, desde las más inocuas aparentemente hasta las más abruptas, alimentan actitudes y conductas que empujan hacia caminos de odio que no podemos ni imaginar a donde fluyen, aunque intuimos, por anteriores episodios crueles y devastadores que pueden ser terroríficos como nos muestra la historia de todos los países de nuestro continente desmemoriado, hechos ante los que reaccionamos siempre tarde, siempre a posteriori cuando el daño suele ser irreparable y la prevención ha sido despreciada. Incluso peor, porque ni reaccionamos y a veces olvidamos conscientemente. No faltan ejemplos próximos, pese a que la historia nos recuerde que ya las víctimas, tras dos Guerras Mundiales y el Holocausto, dijeron: ¡Nunca más!. Sin embargo el horror ha permanecido junto a nosotros, lo hemos tenido con la guerra de los Balcanes y su limpieza étnica, también en el genocidio de Ruanda, asumido por vergonzosa parálisis, o en las guerras recientes, provocadas y organizadas desde el interés abyecto, en nuestro sempiterno continente colonizado africano, incluso hasta ahora con las matanzas en Ucrania.
Más ejemplos cercanos de la ignominia. ¿A quién no le duele ver los cadáveres de las pobres gentes ahogadas en su huida de la miseria? Nos hablan de miles de personas fallecidas, recordamos Lampedusa, el Estrecho…y los desiertos. Es el coste humano de un modelo insostenible, de un mundo injusto, tan cruel como nos muestran los brazos y piernas desgarradas por las cuchillas de las concertinas en las vallas, de un planeta donde campa el hambre, miseria y guerras que sufren en silencio la mayoría de las gentes y del que solo se benefician los que acumulan poder y riqueza y los que son amamantados para sostén de la indiferencia social. Es el mundo del egoísmo, la insolidaridad y la intolerancia que se expande porque en definitiva, liquidada la conciencia, instalados en la anomia y con un compromiso enterrado, todo se reduce a una noticia “pasajera” de los informativos.
Sin embargo, junto a la mediática cosificación del “otro”, no solo del inmigrante, se alberga la deshumanización del “nosotros”, de quienes “no acogen”, de quienes rechazan y desprecian al semejante, de esos que desafortunadamente cada vez son más. ¿Dónde queda la política? ¿ y la justicia? ¿la racionalidad moral?. Incluso siendo xenófobos, ¿hace falta llegar a deshumanizarse como está sucediendo?, y sucede de forma creciente porque cada vez somos “menos persona”, menos cuanto más anida en nuestra sociedad esa intolerancia que niega al diferente, al que algunos ya consideran de “menos valor” o “inútil”, “subhumanos” como diría el Instituto de la Higiene Racial del Reich, una intolerancia que ve en el “negro”, el “moro o musulmán”, el “gitano”, “el maricón”, el sudaca”… o el “rumano”, la cristalización del mal, estigmas que se unen al imborrable del “judío”, una lista inacabada de culpables “perfectos” para expiar males que nos suceden, pantallas que ocultan lo que no es más que la crisis de un sistema cuya lógica de acumulación nos amenaza a todos.
Resultan inquietantes los signos de evolución de la intolerancia en Europa y en el Mundo hacia su normalización e institucionalización. Vuelven los recuerdos de regímenes superados que satelizaron el nazismo, un régimen racista que primero conllevó privación de derechos de minorías y opositores, para después organizar persecuciones y finalmente, dar paso a la tragedia exterminadora. Podrían haber sido el punto final y cumplir las promesas tras el horror de ¡nunca más!, como dieron pie a la Carta Universal de Derechos Humanos, poniendo el conocimiento científico y el esfuerzo al servicio de armonizar la convivencia; pero sin embargo, las tragedias devenidas con posterioridad desmintieron el empeño de unos y las mentiras de otros. Sorprendentemente la vida, el desarrollo humano nos ha deparado ver cómo alcanzar otros planetas, ha habilitado un conocimiento que ha desmenuzado microscópicamente hasta el cerebro de una hormiga, aunque de manera inexplicable no podemos alcanzar a entender donde están las raíces que impiden o provocan el incumplimiento del artº1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ese que nos recuerda que:“todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. O quizás no, quizás lo que sucede es que interesa, por resultar muy útil, que exista la intolerancia y mantener al mundo dividido, unos contra otros, y favorecer así a quienes tienen el poder por encima de todo el mundo.
No es fácil esta labor de intervención transformadora porque mas allá de esa mirada lineal, causa-efecto, que se nos propone insistentemente con el reduccionismo y sobreuso de ecuaciones simples de principios aplicados socialmente, la intolerancia nos presenta una realidad poliédrica, multiforme y plural, que transversaliza numerosos ámbitos de la sociedad que obstaculiza su cartografía, dificultando realizar una mapa claro para intervenir, y más si la voluntad política es inexistente. La intolerancia es la raíz del problema, ahora en Europa y en el Mundo ya existe en metástasis porque no solo tiene una causa que la alimenta, en un sistema tan interconectado como es el sistema social, dispone de una nutrida base multivariable que abarca procesos desde la difusión de prejuicios y estereotipos, al impacto de ideologías, doctrinas, políticas y concepciones que la generan, también de sensaciones creadas y dimensiones que sostienen una multiplicidad de factores que nos invita a abordar el problema desde la reflexión comunicativa, sociológica, ética y psicológica, y como no, desde lo político y económico que subyace, no solo en conductas sociales sino en procesos que la institucionalizan como muestran los peores episodios de la historia de la humanidad. En fin, es como señalar un objetivo imposible aquello de erradicar la intolerancia de la faz de la tierra, algo así como una utopía, siempre inalcanzable en el horizonte, como señalaba Eduardo Galeano, quien se preguntaba por el sentido de esta lucha, “¿para qué sirve?”, y contestaba, -“sirve para eso, para avanzar”-, de ahí la importancia de entender este compromiso.
¿Hay esperanza? Sí, porque hay propuesta. El método que proponemos se fundamenta en una reactiva¬ción ética ciudadana, basada en la interiorización y asunción de responsabilidad cívica, individual y colectiva, en defensa del valor de la igual dignidad intrínseca de la persona y la universalidad de los derechos humanos, en defensa de una sociedad justa y solidaria, construida sobre fundamentos de libertad, igualdad, tolerancia, no discriminación y que conlleve una práctica implícita de transformación continua, de trabajo y lucha. Una confluencia para intervenir de forma praxiológica, sin entrar en controversias con los legítimos pensamientos autónomos que se nos supone a todos, un método que nos permita una praxis real y efectiva en defensa de personas y colectivos víctimas de la intolerancia, no buscando una confrontación por la confrontación, sino actuando con convicciones democráticas y esperanza de hacer camino hacia unas bases de justicia que hemos de alcanzar. Entendiendo y sobre todo comprendiendo, que todos, de una manera u otra, unos mas y otros menos, practicamos intolerancia y que no hay un colectivo humano o persona, a priori, que no la desarrolle contra “el otro o la otra”, por lo que hemos de autorectificarnos también, aunque unos más que otros.
Frente al individualismo egoísta, el consumismo depredador, la sacralización del mercado y el uniformismo cultural-religioso, hay valores de solidaridad, tolerancia, ecología, participación y pluralismo que hay que defender. Existe una sociedad vulnerada (inmi¬grantes, gitanos, homosexuales, refugiados,.. gentes de la diversidad) y una sociedad vulnerable (desempleados, marginados, niños, ancianos y mujeres), una sociedad de parias que paga los platos rotos de esta crisis de acumulación de capital y de reorga¬nización de los sistemas de poder, una sociedad a la que hay que apoyar en el recla¬mo de justicia social, libertad e igualdad de derechos.
En definitiva, resulta imperativo promover una respuesta democrática, cívica y política, legal y sin violencia, pero con profundidad y extensión a todos los ámbitos sociales, frente a los peligros que nos acechan, entre los que el avance de los fundamentalismos no deja de ser un síntoma más de un nuevo orden basado en el desorden mundial antidemocrático. Animémonos a trabajar en solidaridad, a convivir en tolerancia, a respetar a todos y a vivir en paz, a desterrar la intolerancia de la faz de la tierra, porque es la raíz de graves problemas, y a defender la dignidad y los derechos humanos para todas las personas. Hay tarea y un mensaje que lo resume: ¡Haz Algo!
Esteban Ibarra
General del Consejo de Víctimas de delitos de Odio y Discriminación
Fin de AMENAZA GLOBAL. MUNDIALIZACION DEL ODIO Y DE LA INTOLERANCIA