IRENE SAVIO. EL CONFIDENCIAL.- Dos mensajes opuestos y polarizadores dibujan un nuevo retrato de la Italia actual por el drama de la creciente llegada de migrantes que cruzan el Mediterráneo y los cambios demográficos debidos a décadas de inmigración. El nacimiento, la semana pasada, del Partido Anti Islamización (PAI), y las primeras reuniones fundacionales de la Constituyente Islámica (CI), un órgano que pretende aunar demandas políticas ante el Estado italiano y que algunos ven como la antesala de ‘un partido musulmán’ en Italia.
El primero fue anunciado la semana pasada en una plaza pública de Milán y sus líderes han resultado ser un policía, un periodista de un tabloide conservador y un tal Alessandro Meluzzi, quien, además de presentarse como psiquiatra y criminólogo, dice ser pastor ortodoxo. Su panacea: luchar “contra la islamización de la sociedad italiana”, según ha dicho Stefano Frassinelli, el periodista. “Consideramos que muchos sujetos políticos a menudo no son conscientes, o no quieren serlo, de la muy peligrosa radicalización religiosa en curso en nuestro país”, ha indicado el agente Marco di Prinzio, en la página del grupo.
Hay que reflexionar sobre estos grupos y no solo catalogarlos como fruto del populismo y de la rabia social amplificada por las redesEn el otro bando, la Constituyente Islámica es fruto de una iniciativa de Roberto Hamza Piccardo, de 64 años y exmiembro de la moderada Unión de las Comunidades Islámicas de Italia (UCOII, por sus siglas en italiano). La CI, integrada mayoritariamente por musulmanes conversos y segundas generaciones, ha nacido con la idea de que los musulmanes necesitan representantes electos en las instituciones italianas para hacer valer sus peticiones. “A pesar de que en Italia hay 2,6 millones de musulmanes, de los cuales 900.000 son italianos, (…) nuestra comunidad sigue desorganizada”, ha esgrimido Piccardo, conocido por su verbo fácil y declaraciones polémicas.
Ninguno de los fenómenos ha tenido eco en el debate público —los grandes diarios italianos apenas les han dedicado unas líneas—, pero sí han alarmado a numerosos observadores, preocupados por el auge de movimientos populistas que dividen a la sociedad italiana. “Hay que reflexionar sobre estos grupos y no solo catalogarlos como fruto del populismo y de la rabia social amplificada por las redes”, ha opinado la escritora y periodista Cristina Giudici. “Ignorarlos no los hará desaparecer”, ha añadido.
La razón es que la antiislámica PAI, de acuerdo con sus organizadores, sumó a 1.200 adhesiones en las primeras 24 horas de su creación. Además, se enmarca dentro de una proliferación de grupos xenófobos, que hacen un amplio uso de las redes sociales, cuyos nombres ya prometen polémica y polarización, como ‘Unidos contra la invasión Islámica’, fundado en Ferrara (norte) y con casi 14.000 miembros, e ‘Islam, no gracias’, que suma a más de 10.000 miembros.
Mientras, la Constituyente Islámica, integrada por una asamblea de 100 representantes y que recalca el uso de la web como herramienta de organización —imitando a formaciones como el Movimiento Cinco Estrellas (M5S)—, ya ha celebrado encuentros en Turín, Bolonia, Milán y Roma —donde se reunieron este pasado sábado— y continuarán en Verona, Brescia, Nápoles y Catania, según el programa. Todo ello en enfrentamiento directo con algunos grupos pertenecientes al ala considerada más moderada, entre ellos la Unión de las Comunidades Islámicas de Italia, que representa a 1.200 mezquitas del país.
Un movimiento que, además, en febrero pasado firmó un importante acuerdocon el ministro de Interior, Marco Minniti, que prevé medidas como facilitar la legalización de las mezquitas irregulares —que hoy son mayoría— a cambio de mayores controles y la divulgación pública de los nombres de los imanes. Tan es así que, poco después de la presentación de la Constituyente Islámica, ha nacido en abril otro movimiento, el Frente de los Musulmanes Laicos, guiado por la activista italosomalí Maryan Ismail.
Pocos días después, el 11 de abril, fue anunciada en la asociación de corresponsales de Roma la creación de Ihasn, un centro de estudios liderado por Ali Baba Faye e integrado por la ‘intelligentsia’ musulmana en Italia. “Somos ciudadanos que respetan las reglas y que no están interesados en las guerras de religión y por ello no nos quedaremos mirando mientras dicen que somos una amenaza”, ha explicado Faye.
Los inmigrantes, el campo de batalla
No es necesario ver estadísticas para entender que en Italia hay una especie de esquizofrenia por una emergencia migratoria perenne que pone cada día más a prueba a los italianos. Basta con caminar por la calle, entrar en una cafetería o subirse a un autobús y escuchar las conversaciones de los pasajeros. Buena parte de las veces, el tema de diálogo es la inmigración; hay quienes atacan a los inmigrantes y asocian el islam con el terrorismo, pero también quien defiende a los que van llegando y recuerda que los italianos también emigran.
Más aún ahora, cuando el debate político se produce en momentos en los que en Italia, después de años de idas y venidas, ha llegado a su discusión final un proyecto de ley que permitiría convertirse en italianos a los menores(nacidos en Italia) hijos de inmigrantes o a quienes hayan cursado estudios en el país y cuyos padres reúnan una serie de requisitos, como tener un permiso de estadía de larga duración. Un proyecto que se está debatiendo en el Senado italiano y que, de ser aprobado, beneficiaría casi inmediatamente a alrededor de 800.000 niños y jóvenes, según una estimación de la fundación Leone Moressa.
El proyecto ya encuentra la oposición del Partido Anti Islamización, que ha prometido la convocatoria de un referéndum popular si la medida es aprobada. Tal y como también ha dicho la Liga Norte, que con sus proclamas antiinmigración ha escrito años de programas electorales, y que en la actualidad ha sumado un inesperado socio, el Movimiento Cinco Estrellas, que también se opone a esa reforma.
La nueva legislación es apoyada por el progresista y gubernamental Partido Democrático (PD), pero también por parte de algunos representantes de la derecha más tradicional. Aunque se desconoce el número exacto de musulmanes en Italia, las estimaciones varían entre un millón y más de dos millones de personas, en un país cuya población supera los 60 millones de habitantes. Muy pocos tienen representación en las instituciones (uno de ellos es Khalid Chaouki, diputado del PD).
De ahí que muchos inmigrantes hayan intentado desligarse de las connotaciones políticas o religiosas. “La nuestra no es una batalla ni de izquierdas ni de derechas, ni religiosa ni antirreligiosa, sino a favor de niños que son, a todos los efectos, italianos”, decía a El Confidencial Mohamed Abdalla Tailmoun, representante de Generación Dos. “Nuestra lucha es un batalla de civilización”, explicaba este libio que arribó a Italia con cinco añosy hoy, con 44 años, aún no es ciudadano italiano.
Son los números que están exacerbando las diferencias en Italia. Desbordada por la llegada de más de 85.000 migrantes desde enero hasta el 10 de julio, todos rescatados en alta mar —unas 2.000 personas han muerto ahogadas—, Roma ha pedido que sus socios europeos abran sus puertos para el desembarco de embarcaciones que cruzan el Mediterráneo central. La petición fue rechazada incluso por países como España y Francia —Austria incluso amagó con desplegar blindados en la frontera italoaustríaca—, provocando un malestar en el país transalpino que algunos han intentado capitalizar.
La polémica también responde a las críticas contra las oenegés de distintas nacionalidades europeas —como la española Proactiva Open Arms, la maltesa MOAS y otras alemanas— por el supuesto ‘efecto llamada’ que ejercen en la salida de pateras desde la maltrecha Libia. “La Unión Europea (UE) ha respondido [a la petición de ayuda del Gobierno italiano] con un portazo”, ha dicho Giorgia Meloni, líder del derechista Fratelli D’Italia (Hermanos de Italia). “La única solución es pedir un bloqueo naval frente a las costas libias”, ha opinado.
El ‘muro líquido’ de Europa: recorremos los puntos calientes de la vigilancia migratoria
“El nuevo plan de la Comisión Europea es un chiste. Los italianos sienten que les están tomado el pelo”, escribió el M5S, en el que se calificaron de “migajas” los fondos europeos para Italia por la última crisis. En concreto, la UE prometió asignar otros 35 millones de euros para la acogida en Italia de los migrantes y 46 millones de euros para mejorar la gestión de las autoridades libias.
Así, la brecha entre los que quieren acoger y rechazan a los inmigrantes se complica. Tanto que un reciente estudio de la ONG Lunaria documentó tan solo en el transcurso de 2016 unos 210 episodios de rechazo a inmigrantes y refugiados, a través de iniciativas que han ido desde campañas de propaganda xenófoba hasta la organización de marchas públicas y recogida de firmas para evitar la apertura de casas y centros para migrantes (que en algunos casos eran solo proyectos hipotéticos), en especial en el norte de Italia, en zonas fronterizas y en pueblos rurales.
Y también de actos más agresivos, como el incendio de un hotel —presuntamente destinado a un grupo de migrantes— de Ussita en mayo del año pasado, una carta bomba contra un hotel que acogía migrantes en San Colombano di Collio (en Lombardía) y el bloqueo continuado en septiembre de las calles aledañas a un albergue en Goro y Gorrino (norte) por la llegada de ocho refugiadas, una embarazada. Todos ellos actos —inferiores, eso sí, en número a los de otros países como Alemania— que acabaron con una marcha atrás por parte de las autoridades italianas, que se han visto forzadas a abandonar los proyectos por la hostilidad de los vecinos.
150.000 contribuyentes
En el otro bando, también se han multiplicado en el último año y medio las iniciativas a favor de los migrantes. Entre ellos: proyectos de pequeñas aldeas que han visto en estas personas la posibilidad de hacer frente a la despoblación. Un ejemplo de ello son una decena de pueblos de Calabria —entre ellos Camini, Riace, Gioiosa Jonica, Villa San Giovanni, Stignano, Benestare y Africo— que se adhirieron a proyectos del Sistema de Protección de Solicitantes de Asilo y Refugiados (SPRAR, creado en 2001).
Así como el pueblo de Sutera, en Sicilia, que estaba a punto de desaparecer cuando se acogió a un plan de la UE de unos 250.000 euros al año a cambio de gestionar la integración de unas 40 familias. Fue un éxito. Pues, como más de uno empieza a señalar en el país transalpino, la acogida también trae riqueza. “No debemos cerrar nuestras fronteras, es más bien al revés”, señalaba en su último informe el presidente del INPS (Instituto Nacional de Previsión Social), Tito Boeri.
“Sin la contribución fiscal de los trabajadores extranjeros, el INPS tendría pérdidas por 35.000 millones de euros en 2040, el 1,8% del PIB”, denunció Boeri. Según sus cálculos, en concreto, Italia gana cada año 150.000 contribuyentes gracias a la inmigración. Algo que, desde 1996 hasta 2014, ya implicó un total de 241.000 millones de euros que entraron en las arcas del Estado italiano gracias a los inmigrantes, evitando así subidas en los impuestos para mantener las pensiones de los ya jubilados.
Eso sí, en un país donde nada es casual, el Partido Anti Islamización ya parece haber empezado con el pie torcido. Primero, en el último momento no le concedieron el espacio en Milán donde se iba a llevar a cabo el anuncio del nacimiento de la formación. A renglón seguido, su página web resultaba inaccesible pocos días después de su creación.