Firme opositor al islam, el líder del partido de la Libertad está en cabeza en las encuestas para las elecciones del 15 de marzo
ISABEL FERRER. EL PAÍS.- En su carrera hacia el poder, en este caso, convertirse en el primer vencedor de los partidos eurófobos, el holandés Geert Wilders, de 53 años, ha perfeccionado el discurso del miedo en su doble acepción: angustia y recelo. El líder del Partido para la Libertad se presenta como un liberal y un demócrata, y rechaza que lo incluyan en la llamada “nueva extrema derecha europea”. Su programa para las elecciones del próximo 15 de marzo es una letanía de noes. No a la inmigración procedente de países musulmanes y las escuelas del mismo credo; no al Corán; no a las mezquitas; no al velo; no a la Unión Europea; no al euro; no a la jubilación a los 68 años; no a que se revisen las cuentas con las que, asegura, evitará el hundimiento de la economía nacional, basada en la exportación y dependiente del comercio con sus socios comunitarios.
Muy reconocible por su cabello oxigenado en un país poco dado a los tintes, su negativa lista no ha impedido que Wilders encabece la intención de voto de sus compatriotas. Los sondeos le presentan empatado o por encima de los liberales de derecha, su antiguo grupo parlamentario. Ha sabido aprovechar el vacío dejado por una socialdemocracia en horas bajas, no solo en Holanda. Y también el ¿despiste, corrección política? de tanto de socialdemócratas como del centro derecha, que han ignorado las quejas y el temor crecientes ante los cambios operados en su sociedad. Una transformación que el político atribuye por entero a la inmigración musulmana, estrenada en su tierra en los años sesenta, pero desbordada con la actual crisis de los refugiados de Siria e Irak. El asunto de la UE le parece aún más fácil de explicar: “Bruselas exige demasiado dinero”, dice, “y nos resta soberanía”. De modo que critica a las élites políticas, de las que forma parte, prometiendo “devolver Holanda a los holandeses”.
Sin embargo, incluso aceptando que el miedo es una emoción fácil, solo alentándolo Wilders no habría llegado a disputar el poder con tanto brío. Además de su habilidad para hacer digerible su modelo de populismo, el gancho se debe en parte al halo de misterio y sacrificio que le rodea. Casado desde 1992 con Krisztina Marfai, una diplomática húngara, solo puede verla una vez a la semana. Amenazado de muerte desde el asesinato del cineasta Theo van Gogh, en 2004, a manos de un islamista holandés de origen marroquí, no tiene domicilio fijo. Duerme en un lugar diferente cada noche, lleva chaleco antibalas, le protegen varios guardaespaldas y su despacho en el Congreso es casi inaccesible. Con todo, su empeño en demostrar la amenaza del islam puede tener una explicación más íntima. Así lo cree la antropóloga y jurista Lizzy van Leeuwen, que ha estudiado la situación de los holandeses que vivieron en la actual Indonesia durante la época colonial (hasta 1949).