JAVIER VALENZUELA. ELDIARIO.ES.- La ciudad de Granada –la institucional y también buena parte de su población– sigue teniendo un serio problema a la hora de asumir su historia desde un punto de vista ilustrado y democrático. No es la única en España, por supuesto, pero es aquella en la que nací y me críe y por eso me duele particularmente. Dentro de poco, en la segunda jornada del nuevo año, vamos a tener un ejemplo de ello.
El deseo del Manifiesto 2 de enero sigue vigente desde entonces, pero solo parece haber servido para excitar a la ultraderecha granadina, que convierte el segundo día de cada año en una exhibición de españolismo rancio, integrismo católico y demagogia barata. Para los ultras, si deseas que esa fiesta sea celebrable por moros, cristianos, judíos, masones, budistas y descreídos de cualquier pelaje, es que eres un agente encubierto de Al Qaeda o ISIS.
Granada Abierta es un colectivo que promueve causas tan elementalmente democráticas como la reivindicación de las figuras de Mariana Pineda y Federico García Lorca –asesinados en la ciudad de la Alhambra por el fanatismo nacional-católico– y la conversión del 2 de enero en una fiesta para todos. En la mañana del próximo lunes, este colectivo convoca en la Fundación Euroárabe un acto alternativo a lo que denomina «excluyente» celebración oficial de la Toma de Granada. Intervendrá el socialista José Antonio Pérez Tapias y un concierto flamenco homenajeará a Enrique Morente y Leonard Cohen.
«Nadie pretende cambiar la historia, solo pedimos coherencia democrática para superar una fiesta obsoleta«, dice Francisco Vigueras, animador de Granada Abierta. «Esta ciudad», prosigue Vigueras, «capituló el 2 de enero de 1492 ante los Reyes Católicos, que se comprometieron a respetar los derechos civiles y religiosos de su población judía y musulmana. Sin embargo, Isabel, Fernando y sus sucesores no cumplieron lo pactado. Negaron esos derechos y terminaron expulsando a decenas de miles de judíos y musulmanes que vivían en esta tierra desde hacía siglos y la amaban tanto como nosotros. No es razonable que un ayuntamiento de nuestro tiempo siga rindiendo un homenaje anual a una actuación tan sectaria».
No se trata, en efecto, de cambiar la historia. Nadie pretende restablecer a los herederos de Boabdil, si es que existen, en el trono nazarí. Ni tan siquiera se trata de juzgarla. Nadie ha propuesto desenterrar los restos de los Reyes Católicos que yacen en la Capilla Real y someterlos a público escarnio. Es mucho más sencillo que eso: se trata de no celebrar hoy con pompa y boato hechos históricos que contradicen los principios y valores del Siglo de las Luces. ¿Cabe imaginar a la ciudad de París festejando en estos tiempos la matanza de protestantes del día de San Bartolomé?
Otra de las manifestaciones de la escasa calidad de la actual democracia española es su incapacidad para consensuar una lectura de nuestra historia que califique como barbaridades –propias quizá de su época, pero indignas en todo caso de ser aplaudidas hoy– hechos como la expulsión de los granadinos que se negaron a convertirse a la fuerza al catolicismo. Es poco pedir, creo. De hecho, una democracia saludable compartiría el sentimiento de García Lorca: «El ser de Granada me inclina a la comprensión simpática del perseguido. Del gitano, del negro, del judío… del morisco que todos llevamos dentro».