No solo rescata cada año a 150.000 migrantes, también trata de acoger a los que rechazan Francia y Alemania
PABLO ORDAZ. EL PAÍS.- El diputado Marazziti lo tiene claro: “Europa es una vieja señora, casi sin descendencia, que tiene que decidir si quiere seguir envejeciendo sola, encerrada en su hermosa casa, rodeada de muebles, cuadros y joyas, o compartiendo el futuro con los que llegan. Las migraciones, en vez de un peligro, son una gran ocasión. Una transfusión de futuro y solidaridad para la vieja señora”.
Mario Marazitti, presidente de la Comisión de Asuntos Sociales de la Cámara de Diputados, asegura que Italia, al contrario que otros países de Europa, ya ha tomado una decisión. No solo salva a los migrantes de morir ahogados en el Mediterráneo a razón de 150.000 por año, sino que también los acoge, de forma efectiva y silenciosa, por todo su territorio. Las estadísticas del Ministerio del Interior demuestran que cada región italiana, en función de su población y recursos, recibe a una parte de los 160.000 migrantes que —con las expectativas cerradas de seguir su camino hacia el norte de Europa— intentan salir adelante en Italia. Lombardía, con el 13%, y Sicilia, con el 11%, son las regiones que reciben a un mayor número de migrantes. Salvo casos muy puntuales, aunque debidamente amplificados por los partidos xenófobos y algunos medios de comunicación, la política de rescate y acogida del Gobierno de Matteo Renzi está siendo bien acogida por los ciudadanos.
—¿A pesar de que algunos sectores insisten en relacionar inmigración con delincuencia?
—Es que eso es absolutamente falso. No hay conexión entre inmigración y criminalidad, como no hay ninguna conexión entre inmigración y terrorismo. Ninguna. Y no es una opinión mía. Lo dicen los datos. No hay ningún tipo de conexión. Se trata tan solo de la instrumentalización que hace una pequeña parte de la política, que busca construir el miedo y la preocupación para obtener una ventaja electoral.
Quien así responde no es un activista entusiasta de una ONG de ayuda a los refugiados, ni siquiera un político de izquierdas enfrentado a la Liga Norte, cuyo líder, Matteo Salvini, trata de agrupar a la derecha más radical a través de un discurso xenófobo en el que llega a llamar “contrabandista de personas” al Gobierno de Renzi por utilizar los barcos de la Marina Militar o la Guardia Costera para rescatar migrantes. Quien responde con tanta contundencia —ahuyentando con datos el viejo miedo al extranjero— es el prefecto Mario Morcone, jefe del departamento de Inmigración del Ministerio del Interior. “Nuestro país”, explica Morcone, “era hasta hace poco un lugar de paso para los migrantes, pero ahora, al ser rechazados por Francia o Alemania, no tienen más remedio que quedarse aquí. En la actualidad, son casi 160.000 las personas que tenemos en situación de acogida, distribuidas por todo el territorio, sostenidas por familias, asociaciones y Ayuntamientos. Pero hoy la apuesta no es tanto la acogida, sino la inclusión y la integración”.
A este respecto, el Estado italiano está empezando a buscar el apoyo de la sociedad civil. Un ejemplo son los corredores humanitarios puestos en marcha por la Comunidad de San Egidio y la Iglesia Evangélica. El caso más conocido es el que, a modo de ejemplo, protagonizó el papa Francisco cuando, el pasado 17 de abril, acogió en su avión de regreso de Lesbos a 12 refugiados de Siria. “Nuestros corredores humanitarios”, explica la profesora Daniela Pompei, de San Egidio, “han hecho suscitar cosas impensables en toda Italia, incluso en los pueblos más pobres del sur. Han revitalizado el núcleo de muchas familias, han dado vida a muchas asociaciones que estaban ensimismadas y que ahora enseñan la lengua italiana o un oficio a los recién llegados”.
Tanto en el prefecto Morcone como en la profesora Pompei y en el diputado Marazziti, se percibe un cierto orgullo de país. De que, a pesar de las dificultades y los errores marca de la casa —la policía ya ha desarticulado redes mafiosas que se aprovechaban de los fondos destinados a la acogida—, Italia está siendo un ejemplo de solidaridad. Sobre todo en comparación con países que, como España, aún no han aceptado ningún corredor humanitario ni acogido al número de refugiados al que se habían comprometido, o a aquellos otros, como Hungría y Polonia, que “después de haber recibido tantos beneficios de Europa”, denuncia Morcone, “ahora cierran las puertas”.
“Los italianos”, concluye el prefecto, “tenemos un gran sentimiento europeo, seguimos creyendo en la casa común. De vez en cuando protestamos, pero vamos haciendo camino”.