CARMEN CALVO. ABC.- Se cumplen cinco años de la masacre de Utoya, un atentado que conmovió a la sociedad noruega y que hizo temblar los cimientos de las tranquilas democracias escandinavas, como veinticinco años antes había hecho el asesinato del primer ministro sueco Olof Palme. Todo comenzó a las tres y media de la tarde del 22 de julio de 2011, cuando una bomba colocada en una furgoneta en el barrio de edificios gubernamentales de Oslo, Regjeringskvartalet, mató a ocho personas e hirió a más de doscientas. Mientras las autoridades buscaban una explicación para este ataque que, en un principio, se atribuyó a militantes islamistas, a 42 kilómetros de allí, en la isla de Utoya, cerca de 600 adolescentes que participaban en un campamento de verano de la rama juvenil del partido Laborista, (Arbeidernes Ungdomsfylking, conocido como AUF) sufrieron el ataque más mortífero en suelo noruego desde la Segunda Guerra Mundial.
Anders Behring Breivik, un noruego de 33 años que se identificó como el oficial de policía de Oslo Martin Nilsen, embarcó dos horas más tarde de la explosión en la capital en un ferry que partió del lago Tyrifjorden hacia la isla de Utoya. Una vez allí, comenzó a disparar a cuantos jóvenes salieron a su paso. Breivik persiguió a los adolescentes, que huyeron a esconderse entre la vegetación o se lanzaron a las gélidas aguas del lago tras los momentos iniciales de estupor, y asesinó a sesenta y nueve de ellos a sangre fría hasta que la Policía pudo detenerle pasadas las siete de la tarde. Los jóvenes del AUF representaban para este extremista nazi, islamófobo y obsesionado con los «valores occidentales», el vivero de dirigentes políticos que, en unos años, estarían al frente del país. Con su atentado quiso matar el futuro político de un partido y cambiar, en un delirio paranoico, el destino de Noruega.
Utoya pertenece a la rama juvenil laborista desde 1950 y fue descrita por el ex primer ministro noruego Jens Stoltenberg como «uno de esos lugares que han influido en la política noruega en los últimos 60 años». En ella se celebran cada año los campamentos de verano del AUF y se ha convertido en una especie de laboratorio político para el centro-izquierda. La misión de las estancias en la isla ha sido que los jóvenes entiendan el sentido de la democracia, adquieran un compromiso político y aprendan lecciones para su vida.
Después del duro golpe sufrido tras los atentados, los campamentos se interrumpieron hasta el pasado año, cuando los adolescentes volvieron a reunirse al igual que lo harán el próximo mes de agosto. Los «cachorros» laboristas han decidido mirar hacia delante, como explica a ABC Mani Hussaini, líder del AUF desde octubre de 2014. Nacido en una familia kurda de Siria que pidió asilo político en Noruega cuando el joven tenía 12 años, simboliza mejor que nadie aquello con lo que Breivik quiso acabar en Utoya. Para Hussaini, los ataques terroristas del 22 de julio «forman parte de nuestra historia y siempre honraremos la memoria de quienes los sufrieron. Pero, al mismo tiempo, Utoya tiene una larga tradición por ser un foco para el movimiento laborista. Nuestro mensaje es que Utoya volverá a ser otra vez un núcleo para el compromiso de los jóvenes que quieren hacer de este mundo un lugar mejor».
«Herida de la memoria»
Un memorial diseñado por la firma de arquitectos 3RW en colaboración con el ecologista Christian Mong y el investigador Joseph Chipperfield recuerda los nombres de los sesenta y nueve muchachos que perdieron la vida. El monumento, un círculo de metal de cuatro metros de diámetro colgado de varios abetos, se llama «Herida de la Memoria»y está situado en un promontorio frente a las aguas del lago Tyrifjorden. Lejos de allí, Breivik, que no ha mostrado ningún arrepentimiento, cumple su condena de 21 años en un duro régimen de aislamiento en la prisión de alta seguridad de Skien. El asesino dispone de tres celdas y ha ganado un juicio contra el estado noruego, al que acusa de violar la Convención Europea de Derechos Humanos, que prohíbe castigos «inhumanos o degradantes».
Hussaini evita hablar de Breivik y todavía hoy se conmueve en Utoya. «Para mí, es un lugar de grandes recuerdos, de discusiones políticas, conciertos y torneos de fútbol, donde he hecho amigos noruegos y de otros países. Pero, a la vez, tiene una historia oscura por aquel terrible día hace cinco años. Nuestra meta es combinar los buenos y los malos recuerdos para crear un futuro brillante para Utoya y que nunca se repita algo así».