YETLANECI ALCARAZ. PROCESO.- La cara y nombre de Beate Zschäpe saltaron a los titulares no sólo de los medios alemanes sino de todo el mundo hace justo cuatro años, luego de que sus dos cómplices se suicidaran y ella misma prendiera fuego al departamento que los tres compartían en la ciudad de Zwickau, en el este alemán, y posteriormente se entregara a la policía.
El halo de neonazismo envuelve desde entonces a esta mujer de 40 años. La justicia alemana la acusa de ser cómplice en el asesinato por motivos raciales de nueve ciudadanos alemanes de origen turco y griego y uno más de una policía. Además de haber ayudado en dos atentados terroristas y en al menos 15 robos a mano armada.
La historia de Zschäpe parece sacada de una película en la que la intriga, pasión, odio y racismo se funden para dar lugar a uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de Alemania.
Y es que, con su presentación voluntaria ante la policía en noviembre de 2011 quedó al descubierto la existencia de una célula activa de tres neonazis que durante al menos una década actuó impunemente ante la pasividad o ignorancia de las autoridades alemanas.
En el camino, diez personas murieron asesinadas a sangre fría a manos de los cómplices de Zschäpe, Uwe Mundlos y Uwe Böhnhardt. Se trata de ocho alemanes de origen turco, uno más de origen griego y una policía alemana.
El juicio en contra de la presunta neonazi lleva ya más de dos años. Se realiza en un tribunal de la ciudad bávara de Múnich. Desde el inicio de éste, la constante ha sido el silencio y hermetismo de la principal acusada.
Las diez familias de las víctimas del trío neonazi han tenido que revivir durante todo este tiempo las circunstancias en las que fueron asesinados sus padres, esposos, hermanos, amigos. Quieren, cuando menos, encontrar una respuesta a la absurda y sinsentido muerte de sus seres queridos.
Una “víctima” más
Pero no fue sino hasta dos años y medio de iniciado el juicio y hasta la sesión número 249 de éste que Zschäpe y su defensa decidieron romper el silencio. Por primera vez, el miércoles 9, la acusada declaró en torno a los delitos de que se le acusa. El resultado, sin embargo, fue de gran frustración para los demandantes, quienes lejos de recibir respuestas claras se encontraron con evasivas y argumentos débiles y muy poco creíbles sobre la participación que esta alemana tuvo en los crímenes por odio racial de los cuales se le acusa.
En medio de una gran expectativa mediática, Zschäpe se presentó en la sala 101 del Tribunal regional de Múnich el pasado 9 de diciembre flanqueada por su defensa. Vestía un traje sastre color negro y alrededor de su cuello portaba una pañoleta rosada con rayas color café. Llevaba cabello suelto hasta los hombros y con un suave permanente. La apariencia de una mujer totalmente normal e inofensiva.
Su rostro, siempre pálido, se vio iluminado esta vez por una inusual sonrisa que en más de una ocasión dejó escapar la acusada. Inusual también fue su actitud frente al ciento de cámaras que esperaba su llegada. Por primera vez desde que comenzó su juicio se mostró de frente a éstas y no intentó cubrir su rostro.
Un giro, pues, de 180 grados, que sin embargo privó a todos los presentes de conocer el tono y tipo de voz de esta mujer. Y es que, por el formato de su declaración –permitido así por las leyes alemanas– fue uno de sus abogados el que dio lectura a su declaración escrita: 53 páginas en las que la presunta criminal nazi hilvana una historia en cuyo fin se presenta a una mujer que no supo, no vio y no formó parte de nada.
Nacida dentro de una familia monoparental en la entonces Alemania comunista –el padre de nacionalidad rumana nunca la reconoció como hija ni la conoció–, Zschäpe creció bajo el cuidado de su abuela materna. De alguna forma la menor fue testigo lejana de las siempre fallidas relaciones amorosas de su madre, pues ésta siempre la dejó al cuidado de la abuela, dando prioridad a sus parejas.
No fue sino hasta que la menor tuvo cinco años que vivió por primera vez de manera permanente con su madre. La relación entre las dos siempre fue complicada y llena de pleitos. Por tal motivo y según su propia declaración, desde muy joven comenzó a tener problemas con el alcohol, y debido a que su madre nunca le dio dinero, tuvo que cometer también pequeños hurtos desde muy chica para hacerse de dinero.
Sus primeros años de juventud se desarrollaron en la ciudad de Jena, en el deprimente este alemán justo después de la caída del Muro de Berlín, en donde existía ya un importante movimiento neonazi entre la juventud.
Zschäpe y Mundlos mantenían una relación amorosa cuando en su cumpleaños número 19 la chica conoció a Böhnhardt, un joven también con muchos conflictos familiares y de comportamiento que desde muy temprana edad mostró una tendencia agresiva, racista y antisemita. La amistad se estableció casi de inmediato entre los tres y, cuando Mundlos tuvo que partir al servicio militar, Zschäpe y Böhnhardt comenzaron una relación amorosa, que no fue motivo para destruir los fuertes lazos tejidos entre los tres jóvenes.
Fue al parecer la influencia de Böhnhard la que acercó mucho más a la joven con el círculo extremista y de derecha de Jena, que ya desde antes Mundlos frecuentaba.
Por primera vez en su vida, Zschäpe tenía algo parecido a una familia. Dos hombres a los que quería y con los cuales se sentía protegida y le brindaban un sentimiento de pertenencia.
Lo que se sabe hasta el momento es que la amistad entre los tres se desarrolló de forma paralela con su intenso activismo radical. De manera abierta formaron parte del círculo más radical de neonazis de Jena que incluso los llevó a formar el denominado grupo “Camaradería de Jena”, cuyo slogan rezaba “Bratwurst (la típica salchicha alemana asada) en lugar de Döner (el popular platillo turco traído a Alemania por los inmigrantes)”.
Además, está comprobada la participación de los tres en diversas manifestaciones y actos promovidos por los grupos neonazis del este alemán y por el derechista Partido Nacional Demócrata de Alemania (NPD, por sus siglas en alemán).
Fue incluso en diciembre de 1997 que comenzaron a aparecer en distintos puntos de la ciudad de Jena imitaciones de bombas que pusieron en alerta a las autoridades y cuyas pistas llevaron directamente hasta el joven trío. Durante una redada la policía encontró en un garage que la propia Zschäpe rentaba diversas bombas de fabricación casera, material propagandístico y un kilo y medio de dinamita. El hallazgo y el temor a ser arrestados llevó a los jóvenes a sumergirse en la clandestinidad, en la que vivieron presumiblemente sin tantos problemas y durante más de una década, viviendo de los botines de sus asaltos bancarios y cometiendo crímenes raciales por el gusto de hacerlo.
“Por amor”
Sin embargo, la declaración de Zschäpe no se refiere en ningún momento a alguno de estos pasajes en los que presumiblemente ella no jugó un papel activo, pero sí organizativo y de complicidad.
Por el contrario. Las 53 páginas de su declaración pintan a una mujer débil, sumisa, que por amor y miedo tuvo que callar y evadir con alcohol y juego la violencia y odio racial de sus hombres.
Por amor a ellos, dijo, decidió sumergirse en la clandestinidad. Y por amor a ellos y miedo a las consecuencias decidió no acudir a la policía cuando se enteró del primer crimen cometido por los Uwe en contra del comerciante de flores Enver Simsek.
Hasta hoy, asegura, desconoce el motivo del primer asesinato, del cual se habría enterado hasta tres meses después de que sucediera. Y cuando en ese momento planteó a sus hombres la posibilidad de acudir a la policía. Éstos, asegura, la amenazaron con suicidarse si lo hacía. El miedo a perderlos, dice, la hizo callar.
Lo mismo sucedió en el 2001 con el atentado que cometieron contra un negocio iraní en la ciudad de Colonia, en el que la hija del dueño resultó seriamente herida. Según ella, nunca se enteró de los planes para cometerlo ni tampoco se dio cuenta cuando su novio Böhnhardt preparó la bomba.
Tampoco supo nada sobre los dos crímenes que cometieron ese mismo año. El primero el 13 de junio de 2001 cuando balearon al turco Abdurrahim Özüdogru en su sastrería en la ciudad de Nuremberg, y el segundo, el 27 de junio en contra del también turco Süleyman Tasköprü dentro de su tienda de abarrotes en Hamburgo.
Asegura que se quedó perpleja y sin habla cuando supo de los asesinatos. Incluso, en algún momento de su exposición Zschäpe buscó deslindarse de ellos y los presentó como un par de seres sin sentimientos, incluso extraños a ella.
Poco a poco dice haberse dado cuenta del tipo de seres con los que vivía: sin sentimientos y sin respeto por la vida humana. El ejemplo más claro: el asesinato de la policía Michele Kiesewetter, el cual según Zschäpe, fue cometido sólo porque los dos Uwes querían tener armas de policías y no la vieja que usaban y que a cada rato se les atascaba.
Otro ejemplo: el que ella supiera –porque así se lo decían– que mataban y detonaban bombas por doquier “sólo por el gusto de hacerlo”.
“Rechazo las acusaciones que apuntan a que me identifiqué tanto con los asesinatos cometidos por Uwe Mundlos y Uwe Böhnhardt como con su ideología”, aseguró en boca de su abogado que dio lectura a su declaración.
Argumentó que su silencio y pasividad se debieron la debilidad de su carácter y fuerza para salir de ese ciclo vicioso de vida. Su refugio entonces fueron el alcohol y los juegos por computadora. “Tuve que reconocerlo: ellos a mí no me necesitaban, pero yo a ellos sí”, señaló.
De su claro y comprobado activismo político, ni una palabra. De su papel como organizadora, administradora y encargada de la logística del grupo, tampoco ni una referencia. De su simpatía e identificación con la ideología de extrema derecha o alguna otra, tampoco nada.
Analistas y expertos aseguran que con tal declaración –que no aporta ni revela nada nuevo a las investigaciones–, Zschäpe no sólo trata de plantarse como una víctima más de los Uwes y con ello reducir una pena que podría ser de por vida, sino que además permanece y se reafirma como un miembro fiel al movimiento de extrema derecha, en el que uno de los lemas principales es que “los hermanos callan”.
“Me siento moralmente culpable de no haber podido evitar los diez asesinatos y los dos atentados con bombas. Me siento moralmente culpable de no haber estado en la posición para influir sobre Uwe Mundlos y Uwe Böhnhardt y evitar que mataran e hirieran a gente inocente. (…) Me disculpo sinceramente con todas las víctimas y familiares de las víctimas por los crímenes cometidos por ellos”.
Una declaración que ni los familiares de las víctimas, ni los medios de comunicación presentes y que desde hace cuatro años siguen el caso, creen.
Será en enero de 2016 cuando el juicio contra Zschäpe continúe. A partir de su declaración, el juez ya le planteó repreguntas en forma escrita, las cuales serán contestadas del mismo modo: por escrito y leídas por la defensa.