DANIEL VERDÚ. EL PAÍS.- Jaques y Claude toman un vino rosado a las doce de la mañana en un bar del centro de Hénin-Beaumont, un pueblo de 26.500 habitantes en el norte de Francia. Están jubilados, pero trabajaron en la industria de la metalurgia y la automación y fueron siempre votantes comunistas. “Éramos obreros”, señala Jaques. Cerraron las minas y algunas fábricas, y llegó el paro a la región de Nord-Pas-de-Calais (en los máximos de Francia). Y uno de los grandes feudos de la izquierda fue transformándose en el laboratorio francés del Frente Nacional de Marine Le Pen. Hoy, Jaques y Claude son votantes suyos y desean que se convierta en la nueva presidenta francesa. “¿Los atentados? Nos reafirman completamente. Ella advirtió de lo que pasaría y de los problemas que tendríamos con las fronteras”, señala Claude.
Cada vez que algún acontecimiento pone en duda la seguridad nacional o la política de inmigración, miles de franceses dan el paso y se acercan al FN. Muchos son antiguos votantes de izquierdas que hablan ya desacomplejadamente de su cambio. Y nadie duda de que los atentados del 13-N volverán a dar alas a los ultraderechistas, que tienen prácticamente aseguradas tres grandes regiones (de las 13 del país) en las elecciones del 9 de diciembre. El FN utilizará esos comicios como trampolín para las presidenciales de 2017. La región de Nord-Pas de Calais-Picardie (seis millones de habitantes), por la que se presenta Marine Le Pen, es el gran caballo de batalla.
Hénin-Beaumont fue uno de los últimos Ayuntamientos conseguidos por el partido antiinmigración y antieuropeo. El FN lo tuvo fácil: el anterior alcalde, el socialista Gérard Dalongeville, fue encarcelado por corrupción y las elecciones de 2014 fueron un paseo triunfal para Steeve Briois. Christopher Szczurek, adjunto a la alcaldía, recibe a EL PAÍS y acepta que lo que ha sucedido puede reforzar el discurso de su partido. “Era algo previsible, la amenaza era real y con la apertura de fronteras aumenta el peligro. Ya lo advertimos. Celebramos que ahora Hollande tome las medidas de seguridad y fronterizas que nosotros llevamos proponiendo hace tiempo”, señala.
Szczurek considera que la izquierda traicionó a sus votantes y que son ellos quienes resuelven sus problemas ahora, especialmente con el empleo y la inmigración. A solo 100 kilómetros de este pueblo, se encuentra el vergonzante asentamiento de Calais en el que malviven 6.000 refugiados. “Eso es un problema de salud pública y de seguridad. Y va a ser muy difícil saber si entre todos esos clandestinos no hay terroristas”, señala Szczurek. El discurso no es nuevo. Marine Le Pen también se refirió hace poco al campamento y aseguró que “los calaisianos viven asediados en los búnkeres de sus casas”. Una tremenda mentira fácil de desmentir en un paseo por el centro de esa ciudad, sin un solo refugiado.
Hénin-Beaumont hizo dos homenajes a las víctimas. Uno en el Ayuntamiento (organizado por el FN) y otro por los ciudadanos en la plaza de la République. ”Aquí estábamos la gente de izquierdas”, indica Ahmed, un joven de origen argelino. Aunque ya no se sabe bien quiénes son esa especie aquí, donde el populismo ha disuelto las ideologías y solo se buscan resultados a corto plazo: bajada de impuestos, calles limpias, respuestas claras… En la misma plaza se encuentra la delegación de la Voix du Nord. Su responsable, Pascal Wallart, también es autor del libro Ma Ville, couleur bleue marine (Mi ciudad, color azul Marina), donde cuenta el ascenso del FN en la región y su verdadero rostro en el poder. “Hoy sacarían ya el 70% de los votos en esta ciudad y, si la gente percibe inseguridad tras los atentados, ellos saldrán beneficiados. Están rodeados de excombatientes”, señala.
Todo el mundo da por perdida la región. Incluso los socialistas. La mejor candidata que tenían, Martine Aubry, exministra de Trabajo y alcaldesa de Lille, rechazó enfrentarse a Marine Le Pen. Según todas las versiones, no quiso quemar un hipotético regreso a la política estatal en una batalla que desde hace tiempo tiene ya el nombre de una ganadora.