El movimiento xenófobo se radicaliza impulsado por la crisis migratoria
LUIS DONCEL. EL PAÍS.- Las dos Alemanias se enfrentaron este lunes en las calles de Dresde. Dos días después del atentado xenófobo contra la nueva alcaldesa de Colonia, unas 20.000 personas celebraron el primer cumpleaños del movimiento islamófobo Pegida con un discurso endurecido que pide “deportaciones masivas inmediatas”. Separados por un millar de policías, en torno a 15.000 manifestantes proasilo reclamaban “corazón en lugar de odio”. Pegida vuelve reforzado por la oleada migratoria que preocupa a todo el país. “¡Merkel, fuera!, ¡Merkel fuera!”, rugían.
Hace justo un año que unos cuantos ciudadanos de Dresde —la capital de un Estado que tiene solo un 2,2% de extranjeros— salieron a la calle hartos de lo que consideraban un proceso evidente de “islamización de Occidente”. En su apogeo, los autodenominados “patriotas europeos” de Pegida llegaron a reunir a 25.000 hombres y mujeres furiosos. Protestaban contra las élites políticas y por asuntos como las políticas de género, pero sobre todo les unía un rechazo radical a la política de asilo alemana, especialmente si beneficiaba a musulmanes.
Tras una época de declive, vuelven más radicalizados. Sus proclamas antiinmigración son más directas que entonces. A la marcha de ayer —en la que la proporción de grupos de hombres jóvenes con caras de pocos amigos había aumentado respecto a un año atrás— acudieron representantes del partido xenófobo italiano Liga Norte y de fuerzas análogas británicas y checas. Y, sobre todo, Pegida vuelve en una coyuntura mucho más inflamable. Sus impulsores sienten que la llegada masiva de refugiados ha confirmado las tesis que ellos defendían. Tommy Robinson, de la Liga de la Defensa Inglesa, alerta a los oyentes de que las “invasiones musulmanas” actuales suponen un reto para la civilización europea a la altura de las cruzadas.
Nadie sabe a ciencia cierta cuántos refugiados llegarán este año a Alemania, pero sea la cifra que sea —800.000, un millón o incluso 1,5 millones, según los cálculos más alarmistas—, la ola de refugiados ha situado al país ante un desafío histórico. Y frente a la tesis de la canciller Angela Merkel —que sostiene que Alemania es un país fuerte que va a saber salir de esta— las 20.000 personas que ayer llenaban la plaza de la Ópera de Dresde, según las primeras estimaciones aún no oficiales, exigían acabar con “el cuento de hadas romántico” que cuentan los políticos; y aplicar de inmediato “deportaciones masivas”, según el decálogo de peticiones con el que convocaron la marcha.
La protesta frente a la ópera donde Richard Wagner estrenó, entre otras obras, Tannhäuser, es solo un síntoma. Quizás sea su parte más ruidosa y menos estética, pero refleja una intranquilidad que afecta a capas mucho más amplias de la población. Distintas encuestas mostraban en 2014 que entre un tercio y la mitad de los alemanes compartían algunos postulados de Pegida.
Y la situación desde entonces ha empeorado. Solo así se explica que la hasta ahora intocable Merkel caiga en las encuestas por debajo de colegas que muestran un perfil mucho más duro contra los refugiados. O que el partido populista de derechas Alternativa para Alemania, que hace unos meses parecía consumido por sus luchas intestinas, sea el gran beneficiado de la crisis migratoria que monopoliza el debate político en Alemania. Si hace unos meses caía por debajo del 5% —el umbral necesario para obtener representación parlamentaria—, algunas encuestas le dan una intención de voto superior al 7%.
“La punta del iceberg”
Antes de la protesta, desde su despacho de la Universidad Técnica de Dresde, el politólogo Werner Patzelt aseguraba que las manifestaciones de Pegida constituyen tan solo “la punta del iceberg” de lo que está ocurriendo en Alemania.
“Una parte importante de la población respalda algunas de sus ideas. No apoyan a sus líderes relacionados con la ultraderecha ni sus proclamas más radicales, pero sí ideas como que Alemania debe mantener su esencia o no es viable seguir acogiendo a todos los refugiados que lleguen”, asegura este politólogo, un gran crítico de la política de puertas abiertas de la canciller Merkel. Según una investigación que elaboró su departamento, un cuarto de los participantes en las marchas de Pegida se identificaba como de extrema derecha o radical. Los tres cuartos restantes se veían a sí mismo tan solo como ciudadanos furiosos con la evolución del país.
El apelativo de “extrema derecha” lo usó el domingo por la noche el ministro del Interior alemán, Thomas de Maizière, para referirse a los que acuden a las llamadas de Pegida. El titular de Justicia, Heiko Maas, añadió ayer que el movimiento xenófobo “siembra el odio que después se convierte en violencia”, días después de que un militante de ultraderecha atacara con un cuchillo a la candidata a la alcaldía de Colonia, Henriette Reker, la víspera de las elecciones que ganó el domingo. “¿Cree que tengo cara de nazi? Estoy aquí porque creo que la política del euro y de refugiados es una locura. No tengo nada que ver con la ultraderecha”, respondía Torsten Knesse, uno de los pocos asistentes que aceptó ayer hablar con EL PAÍS.